Diego Robles iba "pegado" a una cámara. Es difícil recordarlo sin aquella cinta que recorría su cuello, y que sostenía su máquina. Ayer se fue. Para siempre. Tenía 89 años, de los que más de 60 los vivió en La Palma, a la que llegó procedente de Linares. En verdad, nació en Baeza. Dicen que la isla lo atrapó, aunque seguramente lo exacto sería decir que se quedó por amor. Tal vez su técnica no fuera de las más depuradas, pero tampoco lo pretendió. Sabía hacer fotografías, tenía "ojo" y eso ya le era suficiente. A él y a todos. Tenía una cosa grande: estaba en todos lados. Sale la Virgen del templo, foto de Robles. La erupción del volcán de Teneguía, "clic" de Robles. Más de medio siglo apretando el botón para obtener primero imágenes analógicas y luego digitales. Se dice pronto, pero son años. Del "maestro" queda otro recuerdo. Era respetuoso. En el trabajo, era elegante. No solo en la vestimenta, sino en el trato. Era sencillo darse cuenta cuando estaba incómodo, sin llegar a enfadarse, pero mantenía su sitio. Incluso cuando los espacios para los fotógrafos se reducen en actos multitudinarios, supo mantener su estilo. Detrás deja un legado difícil de calcular. Imágenes de gente, de calles, de caminos, de rincones, de fiestas... de la vida. Sus restos mortales descansan en el tanatorio de Santa Cruz de La Palma. Hoy, a las 11.45 horas, será trasladado a la parroquia de San Francisco y posteriormente al crematorio de Las Manchas. Se fue un grande.