Es innegable que los avances tecnológicos nos hacen la vida más fácil y cómoda, de tal manera que nos parece complicado e inadmisible sobrevivir a la cotidianeidad sin los aparatos electrodomésticos en el hogar, sin el ordenador, el teléfono móvil, etc. Estas ventajas y comodidades no están exentas de riesgos para nuestra salud al estar expuestos constantemente a los efectos de las ondas electromagnéticas que estos medios irradian.

De todos estos aparatos que usamos frecuentemente, tal vez, el más popular y extendido sea el teléfono móvil. Un dispositivo que para su funcionamiento debe tener una amplia cobertura para que las ondas electromagnéticas usadas en su recepción-emisión lleguen a todos los rincones y lugares. Para ello, precisan de una amplísima red de estaciones base de telefonía móvil (conjunto de antenas). Y aquí es donde radica el problema porque tanto despliegue, tanta cobertura, está suponiendo un preocupante problema para la salud de las personas. Ese es el precio que hay que pagar: progreso, comodidad, ventajas, etc. a costa de perjudicar la salud.

Efectivamente. Hoy ya no se puede dudar de que existan evidencias científicas para afirmar que la radiación indiscriminada de ondas electromagnéticas provocadas por y para el funcionamiento de la telefonía móvil tiene efectos biológicos indeseables que suponen un riesgo inaceptable para la salud pública. Estas radiaciones afectan al medio biológico y, por supuesto, al ser humano produciéndole: estrés, pérdida de memoria, insomnio, cefaleas, alteraciones del ritmo cardíaco, enfermedades degenerativas como Parkinson, Alzheimer, etc., distintos tipos de cáncer y leucemia en niños. Síntomas que al producirse con frecuencia debe considerarse como causa las radiaciones a las que estamos expuestos. Cabe señalar que cada individuo posee particular grado de sensibilidad a la contaminación radioeléctrica, lo que explica que algunas personas sufran los trastornos antes descritos, mientras que otras no presentan molestia alguna, lo cual no justifica la inocuidad de dichas radiaciones. Estos problemas para la salud se producen a medio y largo plazo por efecto acumulativo de dichas radiaciones. La preocupación más que justificada se produce entre la población residente en viviendas próximas a estaciones base de telefonía móvil, al estar expuestas a sus efectos las veinticuatro horas del día, usen o no un teléfono móvil.

Existen miles de estudios científicos en base a los cuales el Parlamento Europeo considera que hay suficiente evidencia científica para aplicar el "Principio de Precaución". Fruto de ello es la Resolución 1815, de la Asamblea Parlamentaria, de 27-05-2011, en cuyo apartado 5 se aconseja el Principio de Precaución que debe aplicarse cuando la evaluación científica no permite determinar el riesgo con suficiente certeza, especialmente en el contexto de una creciente exposición de la población, especialmente en los grupos más vulnerables como los niños que corren el mayor riesgo de leucemia.

La Asamblea europea recomienda "adoptar todas las medidas razonables para reducir la exposición a los campos electromagnéticos, especialmente a las radiofrecuencias emitidas por teléfonos móviles y sus antenas".

Por su parte, la Organización Mundial de la Salud ha clasificado a las radiaciones electromagnéticas de radiofrecuencia como un factor cancerígeno del grupo 2 (hay 4 categorías) para el ser humano.

En España, el Principio de Precaución también está recogido en el Artículo 27.3 de la Ley 33/2011, General de Salud Pública.

Sabemos que hasta hace varias décadas nadie se atrevió a asociar el consumo del tabaco con diversos tipos de cáncer y hoy está demostrado que es uno de los principales causantes de tumores malignos, por lo que los países han promulgado leyes para proteger a las personas, fumadoras o no, del humo de los cigarrillos en aquellos espacios donde pueden verse afectadas. Y yo pregunto, ¿cuántas personas han tenido que morir para llegar a esta evidencia? Reflexionemos.