El acuartelamiento El Fuerte fue parte de la vida de la Isla. Sobre todo, en la capital. Un millar de personas, entre soldados y mandos, coincidían en cada generación no solo dentro de aquellos barracones, sino también en las calles, en la vida de la propia sociedad civil. Palmeros, gente de la tierra, entremezclados con otros llegados de Madrid, de Galicia, de Andalucía...

Ahora que el Centro de Formación de Tropas cesó su actividad para dejar paso a una simple unidad, con la entrega de la Bandera que será expuesta en el museo militar de Toledo, no se pueden olvidar los sentimientos que desprende un acuartelamiento que se comenzó a construir en 1949, cuando las compañías de la época fueron trasladas desde San Francisco. Han sido décadas de filas de jóvenes dispuestos para la rapada de pelo, de tiros en aquel campo de tierra, de recorrer kilómetros en la parte de atrás de un jeep con olor añejo, de cantar (más recientemente) el "tractor amarillo" para que el capitán te dejara salir a la calle, o miles, millones de gritos, para avisar a la compañía de la llegada del sargento, del teniente o del capitán, mientras se controlaba el acceso desde una ventana.

Todo, incluyendo las maniobras en el Llano de las Moscas o en la Hoya del Rehielo, incluso fuera de La Palma, sin olvidar el recorrido por la indeseable pista americana, por apenas 1.125 de las antiguas pesetas de sueldo al mes a principio de los 90 (antes, ya pueden imaginarse), de las que cien eran para una mesa de tenis de mesa que los "machacas" nunca supieron dónde estaba y otras 25 que no se ingresaban... "Yo no voy a pedirlas ni loco", decían los soldados. Al final, 1.000 pesetas (¡6 euros!) raspadas por soldado.

Era el servicio militar obligatorio, dentro de unas instalaciones de una actividad frenética desde el primer sonar de la trompeta, donde no pocos aprendieron "cosas de la vida", a veces demasiadas "cosas", y a otros, a muchos, les "rompía" la vida al perder su puesto de trabajo, además del sufrimiento de estar lejos de la familia para soportar a algún mando (no todos) incapaces de tratar a sus soldados con la dignidad que merecían. Sí, eran otros tiempos, los tiempos del Regimiento La Palma nº 53, con juras de Bandera que se realizaron, en no pocas ocasiones, lejos del perímetro del recinto militar, en las calles principales de los pueblos, buscando una relación más cercana, cordial incluso, con la población de la Isla.

Detrás de todo aquello había, claramente, economía. Una cuestión de dinero para la Isla. Los mandos y los soldados que llegaban de fuera de La Palma se convertían, a la postre, en una población flotante pero a la vez estable en número, con un gasto considerable del que se aprovechaba una cifra importante de empresas de diferentes sectores. Sí, mucha gente tuvo rentas más que dignas gracias a los ingresos que los soldados generaban, tanto de forma directa o indirecta.

La desaparición de la "mili" se plasmó en un Real Decreto de 9 de marzo de 2001 aprobado por el Consejo de Ministros, con el "popular" José María Aznar como presidente del Gobierno de España. Apenas tres años después, el acuartelamiento se convirtió en el Centro de Formación de Tropas de Canarias, que fue trasladado desde Tenerife, donde los alumnos recibieron sus primeras enseñanzas militares antes de obtener destino ya como servidores a la Patria que juraron defender.

La llegada de alumnos a las compañías de Breña Baja fue reduciéndose. Al principio, por la simple lógica de pasar de un régimen de obligatoriedad a otro de voluntariedad. Luego, el descenso se hizo más evidente por los recortes del Gobierno de España en la convocatoria de plazas por la grave crisis económica que aún perdura. El rumor de cierre del recinto se hizo cada vez más fuerte. La semana pasada ya eran apenas unos 130 los aspirantes a incorporarse de forma definitiva a la vida militar, cuando la capacidad para la formación superaba las 700 plazas.

La unidad militar que se queda desde esta semana en el Fuerte está formada por apenas una veintena de personas, que en gran parte se encargarán del mantenimiento de unas instalaciones que ahora más que nunca estarán en desuso en uno de los espacios con mayor atractivo para su desarrollo urbanístico. Aunque esa, el suelo, ya es otra "historia".