Enrique Bustamante, catedrático de Comunicación Audiovisual y Publicidad de la Universidad Complutense de Madrid y autor del libro "España: La cultura en tiempos de crisis. Fuentes financieras y políticas públicas", es uno de los participantes en las jornadas sobre "Cultura, las crisis y la crisis", que se desarrollarán hasta este jueves en el Museo Municipal de Bellas Artes de Santa Cruz. También intervendrán Jaron Rowan y Pau Rausell.

¿Cuál es su diagnóstico sobre el estado de la cultura en España y de la política cultural imperante?

Mi diagnóstico es de máxima gravedad del estado de la cultura en España, aunque en este terreno solo apreciaremos sus estragos cuando sea demasiado tarde. En cuanto a las políticas culturales públicas, resulta difícil reconocer su existencia o su racionalidad después de tantos recortes en cascada, de tantas decisiones arbitrarias, de contradicciones flagrantes en todos los planos, estatal y local. Este síndrome completo sería dramático si se tratara solo de un sector económico potente, pero es que además la cultura es un pilar fundamental de la vida democrática, de la participación y de la cohesión social, con lo que las consecuencias de esta crisis aguda afectan directamente a la calidad de nuestra democracia.

¿A pesar de que siempre ha sido la hermana pobre de los ministerios, de qué forma se la ha condenado a la mínima expresión en la actualidad?

Primero, con un "ajuste" en los presupuestos del Estado central de más de un cincuenta por ciento en los últimos tres años; después con recortes en las comunidades autónomas y los grandes municipios, que suponían más de dos tercios del gasto público cultural, por encima de un setenta por ciento de media. Además, la cooperación cultural con el exterior se ha desfondado tras cinco años de ascenso. E, indirectamente, los recortes presupuestarios en RTVE y en las televisiones autonómicas están teniendo un impacto muy negativo en la promoción de las creaciones culturales del Estado español. Para colmo, y tras alegar que en época de crisis el Estado no debía subvencionar el "entretenimiento", el Gobierno penalizó el consumo cultural al subir en un 162 por ciento el IVA de buena parte de las actividades culturales. Un auténtico despropósito que no encuentra parangón en ningún país europeo.

La cultura en España ha dependido casi siempre mucho del dinero público. ¿Qué salidas ve viables para mantener un nivel aceptable en este apartado?

Realmente, el dinero público apenas ha significado un diez por ciento de la financiación de las culturas españolas en sus mejores momentos, pero este dinero jugaba un papel clave en términos de apoyo a la creatividad, de prefinanciación de actividades y de sostén de la diversidad. Ahora, corremos un riesgo cierto de perder la capacidad de generaciones enteras, y de salir de la crisis con unas industrias culturales debilitadas, desequilibradas y mucho más dependientes de los grandes grupos globales. Sobre todo, en tiempos claves de transición al mundo digital, estas debilidades pueden afectar dramáticamente a nuestro porvenir cultural.

¿Existe en España una política real de incentivos para desarrollar la oferta cultural? ¿Cuál es el nivel de mecenazgo en este país?

En primer lugar, la legislación vigente de 2002 es completamente insuficiente para promocionar el mecenazgo cultural, que por otra parte nunca ha llegado a ser un objetivo importante de nuestras grandes empresas y fundaciones, con escasas excepciones. Nuestros niveles de mecenazgo están veinte veces por debajo de los de Francia o el Reino Unido. Y los cantos y promesas del Partido Popular en esa línea se han visto hasta ahora frenados por el Ministerio de Hacienda y su desmedido afán recaudatorio a corto plazo. Ni siquiera se ha desarrollado una regulación favorable al micromecenazgo, o crowdfunding en internet, que supondría una vía efectiva de articulación de la creatividad cultural desde la base con la sociedad civil, aunque no implique una alternativa al dinero público a corto plazo.

¿Qué explicación da a la subida del IVA cultural y al establecimiento de diferentes tramos?

No ha habido explicaciones a esa subida brutal del IVA, insólita en toda Europa. Tampoco se han justificado nunca las discriminaciones a favor de la cultura escrita (libros o prensa) con el 4 por ciento frente al 21 de la cultura audiovisual o de la cultura digital. Y la rebaja parcial del mercado del arte en vísperas de la última feria ARCO acentúa la impresión sobre un comportamiento gubernamental oportunista y aleatorio. Con la agravante de que, según todos los cálculos, la recaudación fiscal está bajando por eso mientras acentúan la crisis del consumo cultural.

¿Qué pueden hacer los gestores y los agentes culturales para tratar de paliar esta situación?

Ya están llevando a cabo tácticas de supervivencia que en algunos casos dan resultados, con un esfuerzo de profesionalización, de reconversión al mundo digital y de internacionalización muy meritorio. Pero mientras tanto se mantienen miles de cierres y quiebras de pymes culturales, incapaces de resistir el desplome de todos los factores que sostenían financieramente a nuestras industrias culturales, y la asfixia sobre todo de miles de creadores que no pueden vivir de su obra y que se perderán para siempre.

¿Y los consumidores?

Resultaría absurdo pedir a los usuarios que dedicaran más recursos de su magro presupuesto familiar al gasto cultural, cuando en muchos casos no pueden atender necesidades más básicas. Pero hay que incitarles a tomar en sus manos el destino de la cultura popular, a implicarse en la creatividad simbólica de su entorno, a utilizar activamente las tecnologías y las redes digitales en beneficio de sus gustos, demandas e intereses.

¿Cuál es el papel del gobierno y las autonomías en el apoyo a la cultura? ¿Hay verdadera voluntad de arreglar la situación?

No veo esa voluntad política, salvo en algunas autonomías y en circunstancias puntuales. En general, la política en este país ha ido generando una confusión total sobre la cultura, mezclando su papel social democrático con el industrial, a la cultura con los deportes, los parques temáticos, la cocina y la moda, e incluso con los toros como lamentablemente hacen muchos políticos del PP. Se mantiene incluso la sospecha de una cierta vendetta de la derecha española contra el mundo cultural, al que reiteradamente han acusado de izquierdista, como ya hicieron Reagan o la señora Thatcher en su época. Pero mientras se mantenga ese clima de confusión total, si los Gobiernos autonómicos quieren potenciar al mismo tiempo la calidad de su vida social y un motor importante de salida de la crisis hacia un modelo económico no tendrán más remedio que volver a potenciar la cultura.

¿De qué forma han dañado internet y las descargas ilegales al desarrollo y empobrecimiento de la cultura?

Creo que el fenómeno de internet y en general de las redes y dispositivos digitales es mucho más complejo y rico que el cliché de "piratería" que suele acompañarlo. La convergencia digital está abriendo enormes potencialidades para la cultura, para los creadores y para los usuarios, aunque su triunfo no se dé de forma automática como algunos proclaman, y aunque haya puesto en crisis a los modelos de negocio tradicionales. Lo que ocurre es que ahí especialmente es necesaria una política pública activa, que impulse a nuestras pymes para realizar esa transición digital, tomar posiciones ante nuevos hábitos de consumo ya potentes. En ese sentido, yo soy un ardiente defensor de los derechos de autor de los creadores, pero no del copyright para las grandes empresas en su modelo estadounidense. Creo que tenemos que pactar un nuevo modelo de propiedad intelectual digital que restituya el equilibrio y el compromiso entre los creadores y el derecho de los usuarios de acceso a la cultura.

¿Cómo ve el panorama en Canarias?

En mis múltiples visitas a Canarias desde hace treinta años pude verificar el ascenso progresivo de la conciencia de sus autoridades sobre el valor de la cultura, tanto democrático como económico. En los últimos años, sin embargo, como en otras regiones, percibo una creciente confusión, de mezcla caótica entre la cultura como derecho y la cultura como recurso económico, e incluso dentro de esta última concepción con una economía de la creatividad que difumina los campos y los objetivos de actuación hasta hacerlos incontrolables. Me temo que también aquí la crisis no es solo económica sino también de valores, de desorientación de la política.