Cuando uno se acerca al mirador de las Playas y contempla aquella quietud del mar y el silencio roto por el susurro de los pinos, el animo se entrecorta extasiado ante tanta majestuosidad de la naturaleza herreña. Cuando más tarde, desde esa misma atalaya, observamos el mismo paisaje pero ahora con la imagen del parador en él enclavado, la panorámica se extiende y se hace mas reconfortante, casi insospechada.

El parador, que nació en 1981, que se fabricó casi desde el mar, porque no había carretera en ese momento, ha sido un referente de la Isla y su visita es obligada. Ha sido sacudido más de una vez por la violencia de la naturaleza, pero ahí sigue en todo su esplendor y quietud sin arrebatársele esa personalidad que posee desde su perfecta ubicación.

Entre el mar y la montaña. Ahí está. Un mar, unas veces quieto, casi dormido, por donde navega la elegancia de las gaviotas, y otras más embravecido, pero inofensivo, sugeridor de atractivos que se respiran alrededor de la naturaleza que lo envuelve. La montaña dura, agreste que se derrama veredas abajo desde Isora hasta llegar al roque Bonanza para iniciar el camino hacia el encuentro con el parador, protegido del viento que, a veces, lo visita desde el suroeste por ese enorme roquedal.

Se puede hablar de sus terrazas, de los balcones cara al Atlántico, donde su azul intenso deslumbra, o de las noches en que las estrellas están plenas de luz en un firmamento que se desborda mas allá de la Restinga, camino del faro de Orchillas. Como se puede también mencionar la exquisitez en el trato de todos aquellos que desde dentro, con su trabajo y esmero han conseguido que el parador sea una de las joyas que posee la Isla y al que desde siempre se quiere regresar.

El parador de El Hierro, puede considerarse por la mayoría uno más dentro de la red de paradores, pero para los herreños y para el resto, fue novedad y sigue siéndolo. Tan es así que es muy raro que no se le haga una visita, bien para tomarse una cerveza en sus terrazas o alongarse a la baranda para recorrer con la vista el panorama que cautiva.

El situar el parador en ese espacio de la geografía herreña fue un gran acierto y lo que hay que desear es que continúe fortaleciéndose en las amabilidades que allí se prodigan ya que la naturaleza, por su parte, lo ha dibujado en un escenario natural, confortante y agradecido no solo para la recreación de la vista, sino para que la imaginación se despeje de rutinas y comience la tarea de asumir con toda su intensidad la Isla, que ahí en el parador se estira, se hace grande.