La frustración más grande de mi padre fue el que ninguno de sus hijos hiciera la carrera de medicina. Era lo que se llevaba en aquel tiempo, lo que deseaban todos los progenitores, que sus vástagos estudiaran derecho, magisterio o medicina. Así que desde siempre en casa se ha venerado la figura del galeno, del hombre de ciencia capaz de sanar el cuerpo y el alma de un paciente, de confortar en un momento de dolor y de ayudar a bien morir a un enfermo terminal.

El médico, además, utilizando sus propias manos, entabla una lucha diaria con la muerte, no sé si al final le teme o no, pero es una relación antigua, intensa y extensa, en la que ambos contrincantes se analizan, se baten, se crecen y al final logran el triunfo, unas veces arrojando la toalla por el conocimiento y para que no sufra el paciente -desde luego las menos- y las más luchando de manera denodada hasta el final. En el caso de los cirujanos, por cuyas manos siento devoción, violando tu cuerpo en busca de ese hálito de vida que siempre se esconde detrás de patologías innombrables y casi siempre desconocidas para el común de los mortales. Colocando el puzle de tus órganos en orden, eliminando lo superfluo, lo nocivo, arreglando los defectos de fabricación y, sobre todo, demostrando su habilidad manual mientras combinan tiempo, sabiduría y esperanza.

Dicho esto, me pregunto por el grado de insatisfacción personal y profesional de aquellos que, día tras día, utilizan sus conocimientos en el hacinado espacio del servicio de Urgencias del Hospital Universitario de Canarias, donde los pasillos están colapsados por las camillas, teniendo muchas veces que esperar el especialista a que se termine de maniobrar con las mismas para poder acceder a un módulo. Sus ocupantes -mayoritariamente personas de avanzada edad- están semidesnudos, son lavados ante los ojos de los demás y presentan sus miserias sin rubor, hablan desorientados y claman por los suyos, haciendo un coro de voces disonantes que murmuran, gritan o rezan, mientras vagan cerca de la locura.

En una camilla un drogadicto grita por sus "imaginarios" dolores mientras una enfermera le recrimina su comportamiento. En otra un accidentado lleno de sangre espera por una radiografía; una gestante con pérdidas es consolada por su compañero; un viejecito que no controla sus esfínteres hace una deposición olorosa; una joven respira con una botella de oxigeno y un chico deambula con una bata que deja sus nalgas al aire empujando una pata con el suero; un cuarentón protesta del tiempo que lleva esperando por los resultados de la analítica mientras observa con aire lascivo los andares de las enfermeras; la señora de limpieza empuja su carro y lo deja al lado de la bandeja de comida de quién sabe qué paciente... batas blancas, batas verdes, pasos rápidos, consultas entre profesionales, se palpa la tensión en un espacio físico que se ha quedado más que pequeño, que está colapsado, que no permite al médico trabajar en condiciones óptimas ni al paciente que se respete el derecho a la intimidad del diagnóstico, a que no se vulnere su dignidad con esa exposición continua de su cuerpo y miserias. No me vale la máxima de que lo importante es sanarle, de que muchas patologías deben ser tratadas en los ambulatorios, de que antes de acudir a Urgencias hay que pasar por el centro de salud. No me vale. Algo falla en la Consejería de Sanidad y en el organigrama del Gobierno. La sanidad no admite excusas ni justificaciones banales y de poco sirven las cortinas de humo, esas noticias amplificadas desde la propia consejería, en las que se informa a la ciudadanía de que el HUC, adscrito a la Consejería del Gobierno de Canarias, ha obtenido la certificación de su Sistema de Gestión de la Calidad según la norma ISO 9001:2008, para Atención al Parto y Recién Nacido, Atención al Paciente Cardioquirúrgico, Atención al Paciente con Fractura de Cadera, Atención al Paciente con Carcinoma Broncogénico, Área de Calderas y Gases Medicinales, Área de Electricidad, Área de Climatización, Prevención de Riesgos Laborales y los Hospitales de Día, Pediátrico, Oncológico, Infecciones y de Hematología.

Esto queda muy bien en los informes, pero el problema está en los recortes presupuestarios, en las deficiencias de unas instalaciones que se han quedado obsoletas, en la falta de centros gratuitos para las personas mayores, que terminan aparcadas en los pasillos de urgencias con el primer catarro de verano. Y la solución no está en exigir a los profesionales la amplitud de horarios -que ya muchos lo hacen de manera voluntaria-, ni en derivar a los pacientes a los centros concertados, pues detrás de esto se lucra más de un político que posee acciones en los mismos. La solución está en recortar los gastos superfluos que se siguen manteniendo en las administraciones públicas, o en los elevados salarios de los que han sido revestidos del poder popular. Dicho queda.