Supongo que un tipo -a la fuerza un tipo joven- que atiende en solitario el turno de noche de una gasolinera situada a la salida de una autopista que atraviesa Albacete tiene al alcance de su mano sobrados motivos para destilar muy mala leche. En primer lugar porque es la noche de un viernes y la mayoría de la gente de su edad, así como muchos otros individuos e individuas que no son de su edad, están dedicados a otros menesteres. En segundo término porque su jefe -en este caso su jefa; sé que es una jefa porque la llamó para que me entregara en persona la hoja de reclamaciones que le exigí- lo más probable es que lo maltrate no sólo pagándole un sueldo mínimo, sino asignándole el horario que nadie quiere. En este país -la expresión "este país" es un eufemismo para no decir España a secas- los patrones suelen fastidiar -otra cursilería modosita para decir que aquí todo el mundo intenta joder vivo a todo el mundo- a sus trabajadores, a la vez que estos estafan a sus empresarios escaqueándose del curro cuanto pueden. No todos -los unos y los otros- son así; vaya eso por delante. Pero una mayoría sustancial sí se ajusta a semejante perfil.

Hay una tercera -y hasta una cuarta- razón para que el empleado joven de una estación de servicio esté cabreado a las cuatro y media de la madrugada. Más bien para que trate mal a cualquiera que se le ponga por delante a esa hora o a la que sea: en España, o en este país, basta con que al más matado le pongan en sus manos la mínima de las responsabilidades para que piense que acaban de nombrarlo almirante de la mar océana y de Castilla. ¿Y el cuarto motivo? Nada más -ni tampoco nada menos- que una mala educación generalizada. Por eso no debió importarme oírle decir a aquel jovencito, con aire de picoleto con tricornio charolado, "el DNI lo sacas de la cartera y lo pones aquí para que yo lo vea", mientras señalaba la gaveta metálica de seguridad en la que cinco segundos antes había depositado una tarjeta de crédito. El carnet de identidad -nombre que se le daba antes a lo que hoy se dice, indefectiblemente, DNI- es, por definición legal, un documento personal e intransferible. Aunque tampoco, ustedes se harán cargo, es necesario ir a una Facultad de Derecho para despachar gasolina a las cuatro y pico de la madrugada. Ya puestos, ni siquiera es necesario concluir el bachillerato para dirigir la Televisión Canaria aunque hoy no me apetece hablar de don Willy.

Cada pueblo tiene su idiosincrasia. A los canarios, por ejemplo, no les gusta servir. A nadie le gusta hacerlo, la verdad sea dicha, y está bien que así sea, pero no es lo mismo el servilismo, esa babosería nauseabunda del godo -del godo, no del peninsular- cuando le conviene para conseguir algo, y otra muy distinta cumplir con el trabajo por el que a uno le pagan; poco o mucho, pero le pagan. Máxime cuando en este país llamado España, mal que les pese a algunos, hay más de cinco millones de personas sin empleo, muchísimas de ellas deseando tenerlo.

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