Publicábamos ayer que el Plan Extraordinario Social de Empleo, puesto en marcha por el Gobierno de Canarias en colaboración con la Federación Canaria de Municipios, permitirá la contratación de más de 6.000 parados sin ningún tipo de prestación. Recordamos una vez más que casi la mitad de los parados que hay en estas Islas (concretamente, un 47%) no recibe ningún tipo de ayuda.

El paro es un tema sobre el que hemos pasado de puntillas en nuestros comentarios de días anteriores con la intención de reservar el análisis de fondo para el editorial de este domingo; el último antes de entrar en agosto, que es el mes por excelencia de las vacaciones. Un período de descanso, lo decíamos días atrás, que no queremos amargarle a nadie con malas noticias, aunque tampoco podemos sustraernos a la realidad y engañar a nuestros lectores. Expresado en pocas palabras, supone una vergüenza intolerable para Canarias ser la única comunidad autónoma española en la que el desempleo no sólo no ha descendido en la Encuesta de Población Activa del segundo trimestre de este año, sino que ha aumentado. Nada menos que 2.500 desocupados más en las Islas con respecto al primer trimestre. Un total de 359.900 en toda la región, que podrían ser cerca de 400.000 si atendemos a criterios más ajustados a la realidad social de este Archipiélago. Alguien objetará de inmediato que el número de demandantes de trabajo inscritos en las oficinas de empleo es mucho menor. Cierto, pero aún así la cifra es descomunal. Además, como hemos reiterado varias veces, muchos parados ya ni si molestan en inscribirse como tales. ¿Para qué?

Estamos frente a un problema grave cuyo origen se remonta a varios años atrás. Sería injusto culpar a los actuales gobernantes por esta situación. Quienes tienen actualmente en sus manos las decisiones que adopta el Gobierno de Canarias se han encontrado con una situación heredada. En Canarias, muy al contrario de lo que puede pensarse a primera vista, el gran motor del crecimiento económico en la larga década entre 1997 y 2007 no fue el turismo sino la construcción. El llamado sector del ladrillo lo absorbía todo. Muchísimas explotaciones agrarias fueron abandonadas porque era difícil, e incluso imposible, encontrar personal para atenderlas. El progreso es una aspiración legítima del ser humano y resultaba mucho más lucrativo en el ámbito personal trabajar desde el lunes hasta el viernes a mediodía en una obra que de lunes a domingo en la agricultura, con un salario que apenas llegaba a un tercio del que se pagaba en la construcción. El mismo motivo por el cual una generación de jóvenes abandonó su formación prematuramente porque, amén del reclamo de la construcción, había puestos relativamente bien remunerados en el comercio y la industria. De hecho, la construcción siempre ha sido un sector locomotora; tira de todos los demás. Mermada hasta extremos casi insospechables la actividad constructora, el entramado económico de Canarias se ha venido al suelo como los castillos de arena que levantan los niños mientras juegan a la orilla del mar.

No son responsables los actuales políticos canarios de una situación que viene de atrás -pese a que muchos de ellos ya estaban en la actividad pública cuando se vivía alegremente antes de la crisis-, pero sí lo son de no adoptar las decisiones necesarias para corregir este problema en la medida de lo posible, teniendo en cuenta que es prácticamente imposible crear más de 300.000 puestos de trabajo en Canarias durante los próximos años. Decisiones que se debían haber tomado hace tiempo porque, paradójicamente, una isla como Tenerife sigue careciendo de infraestructuras importantes a pesar de ese boom de la construcción. Perdimos la oportunidad de contar con una segunda pista en el aeropuerto del Sur; una obra que era importante para trasladar a horas diurnas un tráfico aéreo confinado en la actualidad a operar durante la noche por falta de espacios a lo largo del día. Una obra que debía haberse ejecutado en paralelo con la construcción del puerto de Granadilla y el desarrollo del polígono industrial. De esa forma hubiésemos tenido a día de hoy un importante polo de desarrollo en el Sur de Tenerife. No pudo ser porque los políticos insulares y regionales -aunque sobre todo los insulares- se rindieron a la amenaza ecologista. Que nadie nos entienda mal: no abogamos por actuaciones atentatorias contra un medio ambiente que en Canarias, además de muy frágil, resulta vital para nuestra supervivencia. Lo que sí estamos es en contra de un falso ecologismo; del no a todo lo que suponga el desarrollo de esta Isla. El puerto de Granadilla se está construyendo tarde y mal. Tarde porque ya debería estar terminado y mal porque el proyecto se ha reducido a una fracción del contemplado inicialmente. Lo mismo podemos decir de la playa de Las Teresitas. Dejando a un lado los procesos judiciales en marcha, que han de seguir su curso hasta que los tribunales dicten sentencia, no se concibe que sigan sin acometerse obras importantísimas para que Santa Cruz, y aún toda la Isla, dispongan por un lado de una importante zona de ocio marítimo para los ciudadanos y por otra de un puñado de puestos de trabajo que tanto necesitamos.

Un grano no hace granero pero ayuda al compañero, dice un conocido refrán. Unos cuantos empleos por aquí y otros cuantos por allá contribuyen, poco a poco, a menguar ese 32,68% de paro entre la población activa de Canarias que, ignominiosamente, padecemos. No vergonzosa para los parados, sino para todos como ciudadanos de una región que no debería estar así porque recibe casi doce millones de turistas al año. ¿Dónde se queda el dinero que genera esa enorme actividad turística? ¿Quién se lo queda? ¿Qué hacen nuestros políticos para salir de esta ciénaga de miseria y desesperanza en la que se encuentran sumidas decenas de miles de familias canarias?

No podemos resignarnos a vivir permanentemente en crisis. No podemos quedarnos de brazos cruzados ante el drama de cientos de miles de canarios que llevan meses, e inclusive años, de "vacaciones forzadas". Entramos en agosto pero luego llegarán septiembre y octubre, y los problemas seguirán ahí. En nuestras manos tenemos ponerle solución al problema del paro -el principal, con diferencia, de todos los que nos afectan- o seguir soportando sus embates indefinidamente. No podemos resignarnos a esto, como decimos, ni tampoco vivir siempre de lamentaciones.

Canarias necesita líderes adecuados a los nuevos tiempos. Es necesaria una renovación dentro de los propios partidos políticos. Lo ideal sería cambiar al sistema de listas abiertas para acabar con la morralla política a la que tantas veces, y con mucho acierto, se refería José Rodríguez. No sabemos si con nuevas personas ocupando los cargos públicos decisivos mejorará nuestra situación. Lo que sí hemos comprobado es que las actuales no sirven porque no lo están haciendo bien. Al menos no se ven los resultados positivos por ninguna parte.

Por lo demás, pedirle al sector turístico un esfuerzo adicional en la contratación de mano de obra es inviable, en gran medida por la falta de preparación de los desempleados. Para empezar, no sabemos idiomas pese a los millones de turistas extranjeros que nos visitan cada año. ¿Qué han estado haciendo los responsables del sistema educativo? Esta es una de las muchas preguntas que deberían formularse los canarios en mayo de 2015.