Hablar de Fernando Ónega es hablar de periodismo en España y hacerlo en todas sus facetas. Ha vivido el esplendor de la profesión y por ello afirma que la actual pérdida de credibilidad se debe a que los periodistas han comenzado a "hablar de todo sin tener ni idea de nada, y eso deteriora al más pintado".

Prensa, radio, televisión, director de prensa de la Presidencia del Gobierno con Adolfo Suárez... De todo ha hecho este "periodista y gallego" -como le gusta llamarse-, que recuerda que "esto no se parece en nada" a cuando él empezó porque ha habido una "proletarización" del oficio, lo que conlleva perder "dignidad y aprecio social".

En una entrevista con Efe, Ónega opina que sólo a partir de un "ejercicio serio" de autocrítica, de trabajar con más rigor y de "depurar" de alguna forma a los culpables que desprestigian al sector, se recuperará la credibilidad perdida, y asegura que "el buen periodista y el periodista preparado siempre tendrá un hueco".

PREGUNTA: Hágame una radiografía de la situación actual de la profesión.

RESPUESTA: Esto no se parece en nada a cuando yo empecé; sólo en una cosa: en que seguimos contando historias, pero lo demás es todo distinto. Cuando yo empecé había censura, ahora hay libertad plena; las redacciones olían a tabaco y cubata y ahora no se fuma y creo que no se bebe; olía a tinta de linotipia y ahora todo son nuevas tecnologías; los periódicos, por cierto, cerrábamos mucho más tarde a pesar que de vivíamos en la Edad Media tecnológica, ahora con la tecnologías se cierra mucho antes. Había menos pluralismo de oferta de medios en los que trabajar y ahora hay bastante más; cuando terminé la carrera, éramos 25 alumnos y ahora parece que hay 25.000 en las facultades, es decir, se ha multiplicado el número de periodistas y el número de parados.

Tengo además la impresión de que el oficio se ha proletarizado, sobre todo en esta última fase de la crisis. Y la proletarización del oficio es una tragedia, primero porque se pierde la dignidad, segundo porque se pierde aprecio social, y tercero porque una profesión periodística menesterosa es una profesión explotable, y mucho me temo que estemos en un momento de alguna explotación por parte de las empresas.

P: ¿Hay lugar para la esperanza?

R: Sí, porque siempre habrá historias que contar, los medios se siguen multiplicando y el buen periodista y el periodista preparado siempre tendrá un hueco. Cuestión distinta es que alcance para todos los que están estudiando periodismo en este momento. Honradamente, creo que para todos no hay sitio. Hay una desconexión enorme entre la realidad laboral y las ansias o necesidades de colocación de la gente, con lo cual, probablemente, muchas vocaciones periodísticas serias no tendrán futuro alguno.

P: Su generación ha vivido el esplendor de esta profesión en España. ¿Qué hacemos mal los periodistas para que los ciudadanos tengan tan mala opinión de nosotros?

R: Pues no lo sé, pero seguramente todos tengamos que hacer examen de conciencia y un ejercicio de autocrítica. A lo mejor no contamos con la objetividad, imparcialidad y la profundidad que se pide de nosotros. Nos olvidamos demasiado pronto de las historias, somos víctimas de la urgencia informativa y no cerramos nunca debidamente una historia. Da la impresión de que todo sigue abierto, desde las crónicas de sucesos a las grandes historias políticas.

Posiblemente hay demasiado griterío -y no pienso sólo en las tertulias-, griterío en el ámbito general de nuestro oficio, tendemos demasiado al grito y la gente huye, y a lo mejor hemos perdido credibilidad porque hemos empezado a hablar de todo sin tener ni idea de nada y eso deteriora al más pintado.

P: ¿Cómo se recupera esa credibilidad?

R: A partir de un ejercicio serio de autocrítica, de trabajar con más rigor y supongo que habría que depurar de alguna forma -no sé cómo- a los culpables de esto, porque me parece injusto que habiendo unas generaciones de periodistas muy preparadas, muy profesionales, que hacen una labor fantástica, que contrastan las noticias, que documentan todo lo que dicen, estén siendo contaminadas por una minoría que desprestigia el sector. ¿Cómo hacer esa depuración? No lo sé. Algo tendrían que decir los colegios profesionales y las asociaciones de la prensa.

P: ¿Hay autocrítica en la profesión?

R: No. De hecho, cuando hacemos autocrítica creo que la hacemos de cara a la galería para a continuación seguir haciendo lo mismo.

P: Ha trabajado en medios públicos y en privados. ¿En cuál se reciben más presiones?

R: Son distintas. Digamos que en los públicos existe claramente la presión política, que también hay en los privados, pero en éstos se resiste mejor. Hay medios públicos donde los mandos son directamente designados por el poder político y entonces existe la obediencia debida. En los privados, la presión política se resiste mejor pero se resiste mal la económica.

En los audiovisuales, la pelea por el punto de audiencia es brutal, y en los demás llega un momento en que los ingresos de publicidad son sagrados porque las empresas lo están pasando muy mal. Eso me da miedo en el sentido de que haya una servidumbre hacia el anunciante (...) Siempre se ha dicho que la empresa independiente y, consecuentemente, el periodismo independiente es aquel que se puede sostener económicamente por sí mismo; como tengas que depender de algún poder económico, mal pinta para la libertad de información.

P: ¿Cómo valora la relación del Gobierno actual con los medios?

R: Cuando yo estaba en la Moncloa, fue una de las etapas de mayor luna de miel entre los medios y el poder, y aún así había quejas. Luego llegó el PSOE y se habló de las perversas intenciones del Gobierno y la prensa como víctima; cuando llegó Aznar, eran unos antipáticos que además no tenían buena comunicación; con Zapatero pasó lo mismo... Hay un momento en el que todos dicen que lo hacen muy bien pero que el problema es que no consiguen traspasar el muro que los medios tendemos entre el Gobierno y la sociedad, y los medios a su vez nos quejamos de que el Gobierno no es transparente, que administra la información de forma interesada y partidista, que nos vende doctrina en lugar de información interesante (...) Eso forma parte de una liturgia habitual y a mi me parece sanísima la mala relación de la prensa con el Gobierno de turno. Me parece un síntoma de salud democrática e informativa fantástica.

P: Siempre ha estado muy vinculado a la información política. ¿Le hubiera gustado hacer otras cosas?

R: Yo vine a este mundo para otras cosas. Iba camino de ser un reportero fantástico, empecé haciendo entrevistas a misioneros, a artistas que pasaban por Lugo, y después seguí con reportajes fantásticos. Pero un día, con 20 años, un director perverso de mi periódico me dijo que al día siguiente empezaba a escribir una columna y me cambió la vida: el divertido reportero se convirtió en un sesudo, a la par que juvenil, columnista y a partir de ahí la hemos fastidiado.

Cuando cumples mi edad, de vez en cuando empiezas a decir que no estaría mal hacer una crónica del corazón (risas)... Es por el hartazgo de lo político, que llega un momento que ya no tienes casi nada nuevo que decir, nada nuevo que comentar y tu crítica se agota.