Angelo Iannaccone es un italiano afincado en el Puerto de la Cruz, casado con una portuense, Marta Ojeda, y con dos hijos portuenses. Todo el mundo lo conoce en la ciudad turística norteña. Pero Angelo tiene una afición: los trayectos raros. En su condición de agente de viajes mayorista ?su empresa es ?Capital?? se conoce gran parte del mundo, pero un día le dio por comprarse un ?Fiat 500? de segunda mano, confiar su preparación a un mecánico eléctrico excepcional, Lalo Pérez, ya jubilado pero en forma, e irse a recorrer el mundo con su hermano Giampaolo, que reside en Italia. El viaje de este año ha sido extraordinario. El reto era recorrer Europa hasta Rusia, llegar al lago Baikal, el mar sagrado de los mongoles, y adentrarse en Mongolia; eso sí, sin tocar tierra china, empresa que deja para otra ocasión. A mí me recuerda este periplo, salvando las distancias que marca el tiempo, a la novela ?Seda?, de Alessandro Baricco (1996, 40 ediciones en España), que ha sido también llevada al cine y que es un prodigio de relato poético de aventuras. En esta ocasión, un viaje mucho más aventurero que poético. Angelo es una gran persona que tiene metida en el alma la curiosidad por vivir cosas nuevas. Su hermano Giampaolo le sirve de apoyo y de copiloto. Han tenido que reemplazar las cuatro cubiertas del ?500? y sustituirlas por cauchos rusos, ?que son muy buenos?, dice el piloto desde Mongolia a su hijo Iván, que le sirve de enlace con la civilización. En total, 25.000 kilómetros por carreteras infernales, caminos de cabras y un ?Fiat 500? atravesando los Urales, por primera vez en la historia, y cruzando toda la estepa de Siberia. Supongo que la firma ?Fiat? tendrá una atención con Angelo, que ya ha iniciado el viaje de vuelta, usando parecida ruta aunque buscando atajos para llegar antes a España, embarcar el coche en Huelva y más tarde arribar a Tenerife. El ?Fiat 500? matrícula TF-2755-E lleva siempre una bandera de Canarias en el capó y distintivos de las islas en la carrocería, que ha tenido que sufrir alguna modificación para adaptarse al viaje. Cuando tiene alguna duda, Angelo telefonea a Lalo Pérez buscando soluciones técnicas, que llegan enseguida. En un viaje anterior, yendo hacia Moscú, el pequeño coche se cayó dentro de un bache monstruoso que encontraron en una carretera rusa y fue sacado de allí por algunos lugareños amables que ayudaron a los hermanos Iannaccone. El coche es de colección y supongo que su destino final será el lagunero Museo de la Historia de la Casa Lercaro. Tarde o temprano, lo donará a una institución, pero antes realizará nuevos viajes por partes lejanas de este mundo. Tendrá que hacer un recuento de los kilómetros recorridos en los periplos anteriores. En esta ocasión, 25.000, que se dice pronto. El coche fue fabricado en 1975, yo creo que es de la última serie de los viejos ?Fiat 500?, que ahora vuelven a rodar por las carreteras, pero muy tecnificados; tiene casi 40 años. Muchas cosas nos tendrá que contar Angelo a la vuelta, después de dejar a su hermano en Italia y regresar solo a Tenerife para recibir el homenaje de sus amigos. Supongo que el Automóvil Club le hará un reconocimiento y que las instituciones canarias lo distinguirán por la promoción que hace de las islas en todas partes. Aunque no creo que ningún mongol vaya a venir a Tenerife porque esos no abandonan su patria ni a palos. Pero la bandera de Canarias se ha paseado por los Urales y ha llegado al lago Baikal, que tiene el 20% de las reservas de agua del planeta. Casi nada. De todo esto nos tiene que hablar el viajero a su vuelta y contarnos las anécdotas de su recorrido a lo largo, nada más y nada menos, que de 25.000 kilómetros por tierras desconocidas. Quién sabe, a lo mejor Baricco hubiera trasladado su novela a nuestros días y hubiese montado al protagonista en un ?Fiat 500?, en vez de en los carros de la época del siglo XIX y en los barcos de vela y vapor con los que cruzó lagos y mares hasta llegar a Japón, en busca de los huevos de los gusanos de seda. Quizá tenga algo nuestro piloto de Hervé Joncour, que va y viene varias veces desde Francia hasta el lejano Japón, sorteando miles de obstáculos en busca de los ansiados huevos para fabricar luego la seda en la fábrica de su pueblo. ¿Lo contará Angelo Iannaccone también en una novela?