Tras casi 3 semanas en Fuerteventura la mente se limpia de todo estrés, los cielos azules y calientes acompañan la mirada, que se ha ralentizado y se detiene en los pequeños detalles. La mar gruesa y vibrante, las excitantes ráfagas del suave y apacible viento interminable desvían el pensamiento de todo problema.

Largas ondulaciones de arena dorada, luz del sol que se filtra a través de toda rendija, polvo del cercano Sáhara suspendido en el aire, nubes livianas, rápidas, que rara vez dejan agua. Naranjas y amarillos polvorientos, humedad del mar azul frente al aire seco del desierto. Rodeados por ese mundo natural tan indiferente a las construcciones del hombre como también el hombre es, por desagracia, indiferente al paisaje que lo rodea. Y un viejo reloj que todo lo marca, el palpitante mar, la cadencia de las olas llegando a las playas desiertas, eternamente vacías, a la intemperie, capaces de darnos la paz que buscamos durante todo el año, donde los días son simplemente el espacio entre los sueños, tiempo de charlas intrascendentes, donde ser nosotros mismos observando el poniente a la orilla del atlántico, anónimos y perezosos habitantes del universo.

En medio de todo el paisaje de erosionadas y viejas montañas, el pueblo pesquero de Corralejo se alza tímidamente como una pequeña ciudad de Alejandría con barcas en sus diminutas dársenas, en la bahía sus calles desordenadas y casas destartaladas, vencidas por el viento, desadaptadas al paisaje natural, que dan cobijo al viajero, al extranjero, a todas las razas y nacionalidades, y llenan las calles de paseantes en busca de un delicioso café, un buen pescado fresco o un helado frente al esplendor del océano, con sus tiendas brillantemente iluminadas de la calle principal, y finalmente ese poder extraño que tiene la minúscula ciudad, donde se siente en la noche que estamos en los confines de África, pero en la buena orilla de la valla que separa las fronteras europeas de las africanas.

Qué lástima que hoy acaba esta tranquilizadora apatía del verano al lado de la vivificante orilla del mar...