El doce es un número litúrgico. Doce apóstoles y, ahora, doce años. Ese tiempo ha tenido que pasar para que el Santísimo Cristo de La Laguna regresara a su segunda casa, la Catedral de La Laguna. Mucho tiempo, quizás, para una imagen tan venerada y querida por los canarios, en general, y por los laguneros, en particular.

Los motivos para que el regreso se haya prolongado tanto los conoce casi todo el mundo: primero el mal estado de la Catedral y luego la falta de acuerdo para ponerle solución.

Ayer, por fin, aunque con las obras de la plaza sin terminar, el Cristo volvió a entrar por la puerta grande. Allí descansará hasta el próximo domingo, cuando regresará, con una ruta novedosa, también por los trabajos de reparación del entorno, a su Real Santuario de la plaza del Cristo.

Pero eso ocurrió por la tarde. Por la mañana, la iglesia del Cristo había acogido la tradicional ceremonia del descendimiento y besapié de la venerada imagen.

En apenas cuatro minutos, los comprendidos entre las 12:29 y las 12:32, el Santísimo Cristo pasó de su altar mayor a la mesa del besapié. Era el momento más esperado por todos.

El obispo de Tenerife, Bernardo Álvarez, fue el primero en rendirse ante la imagen. Momentos antes, en su homilía, había sorprendido a los presentes con un acto de sinceridad.

Tras referirse a Cristo resucitado como el "buen pastor", Álvarez aseguró que ese "buen pastor" lo está buscando, porque en algún aspecto de su vida "está perdido". "Soy una oveja descarriada. Me he alejado del señor. Me he enfriado en mi fe. Mi vida no es coherente con lo que es ser oveja del Señor", aseguró Bernardo Álvarez.

También pidió que "sintamos la necesidad de que Cristo actúe, de que cure las heridas más profundas de nuestro corazón. Pidámosle que nos transforme por dentro".

Tras la homilía y antes del descendimiento también hubo tiempo para bendecir e imponer las medallas a los cinco nuevos esclavos del Cristo: Francisco Javier Oliva, José Ruymán Lindell, Diego González, Rosendo Díaz y Juan Rafael Morín.

El Himno del Cristo, interpretado por el coro del Círculo de Amistad XII de Enero, amenizó el final de una ceremonia que, como cada año, llenó el Real Santuario de cientos de fieles en busca de fe.