Prepárense ustedes, amables lectores, para ser inundados con las encuestas. Las encuestas se hacen por encargo y se arreglan también por encargo. Una demoscopia partidaria limpia no existe, sino que los partidos reciben los datos, a lo mejor exactos y bien obtenidos, y luego los manejan a su antojo, cara a la opinión pública. Para influenciarla.

Una vez, el marqués de La Oliva, es decir Domingo González Arroyo, encargó al sociólogo Fernando Muniesa una encuesta en la que participaran todos los habitantes del término municipal. A Domingo no le interesaban ni las tendencias, ni los porcentajes, ni otra cosa que no fuera la totalidad de las personas que iban o n o a votar por él en las elecciones municipales. Y Muniesa se la entregó. Y se cumplió el resultado, claro, era imposible el fallo.

Hubo un tiempo en el que los alcaldes de Lanzarote y Fuerteventura, que crearon localidades maravillosas, limpias, bien tratadas urbanísticamente, valoradas en todo el mundo, retocados por la mano mágica del gran César Manrique, tuvieron problemas judiciales. Incluso dos de ellos, Honorio García Bravo y Dimas Martín Martín llegaron a cumplir tiempo de prisión, mucho más este último, que aún sufre régimen abierto. Una pena. Fueron tratados durísimamente por la justicia.

Pero prepárense ustedes para ver publicadas docenas de encuestas, de aquí a mayo de 2015. De todo tipo, pero mucho más electorales. Ya el domingo pasado cayó una, de Celeste, de la que ya se ha hablado en este periódico, que anuncia descalabro del PP, un poco menos de CC y algo menos del PSOE y el ascenso imparable de Podemos y de Nueva Canarias.

Pues qué bien, suben los marginales, bajan los tradicionales. Claro que todavía falta mucho tiempo para agitar la caja de los truenos, habrá que esperar. Ustedes no le pierdan la vista a los sondeos de opinión porque van a leerlos para todos los gustos.

Las encuestas también sirven para dar ánimo a los militantes de los partidos, antes de la consulta electoral. Y algunos se auto convencen de sus propias mentiras, creyéndoselas a pie juntillas y creyendo también que el público en general es idiota solemne. Pues no lo es.

El tiempo preelectoral es muy convulso, tanto dentro de los partidos como en su confrontación con los demás. La gente se pone muy nerviosa porque teme perder sus prebendas. Y hay individuos que llevan toda la vida en política y ya no se hallan fuera de ella.

Pero no lo notan, porque el otro día a Antonio Castro Cordobez, que lleva toda la vida chupando del bote, se le ocurrió decir que había que limitar los mandatos a ocho años. ¿Ahora lo dices, Antonio? Aplícate el cuento, hombre, que llevas un cuarto de siglo metido en faena.