Lo mejor del partido de anoche es lo que está por llegar, porque de las situaciones de crisis, de las malas rachas de resultados (el Tenerife no ganaba desde abril) se sale ganando. Son los triunfos, a veces tan pírricos como este, los que dan confianza y ayudan a cohesionar a los equipos, en particular si están tan verdes como el Tenerife.

Fue un partido muy feo, plagado de imprecisiones, de errores en los pases más sencillos, jugado sin continuidad y resuelto con un gol raro, que incluso pudo haber estado precedido de falta cuando Aitor Sanz se animó a buscar un balón "imposible" que recuperó agarrando al defensa, que lo protegía cómodamente contra el fondo.

En condiciones normales -o sea, en la situación del año pasado-, el Tenerife se hubiera relamido con este guión: 1-0 a los seis minutos. Pero lo que sucedió después del tanto de Guarrotxena, que describió la curva de caída del equipo con su fútbol de efecto burbuja, fue muy diferente al desempeño habitual, a aquella dinámica de robar y salir en velocidad...

El Tenerife se echó muy atrás, probablemente porque el Mirandés lo empujó con sus pelotazos sobre el borde del área buscando que Urko Vera los prolongara, pero lo cierto es que el equipo de Cervera no logró salir, salvo en una ocasión, cuando Ricardo le puso el balón en ventaja a Cristian García, que encaró a Razak y se bloqueó. Era el minuto 22 y en su disparo contra el cuerpo del meta, Cristian perdonó la sentencia.

Toda la primera parte fue del mismo tono: los burgaleses lentos y jugando largo para disputar dos contra dos cerca de la frontal, y el Tenerife protegiendo su área cuando el rival trataba de entrar por abajo después de ganar los rechaces o de aprovecharse de las numerosas pérdidas de balón en el medio. Hay una diferencia sustancial en el juego blanquiazul. El año pasado controlaba más el medio campo con Cristo Martín y eso le permitía hacer una presión más alta; ahora juega a otra cosa. Dibuja casi dos bloques muy acusados: los cuatro del fondo protegidos por los dos volantes y luego cuatro delanteros. Es más directo, pero le cuesta más controlar los partidos. La doble función de Uli Dávila, la de enganchar para darle salida al equipo por dentro es una de las tareas que debe mejorar el mejicano, que aparece muy poco a pedir la pelota. Si él se entierra arriba, el equipo se puede partir con una mínima pérdida de balón. De resto, el repliegue defensivo lo ordena Cervera en dos líneas de cuatro.

Hasta el descanso, el Mirandés sintió que podía empatar, porque tuvo la posesión y no se sintió contragolpeado. La entrada de Vitolo cuando Ricardo se lesionó acentuó más la tentación conservadora del Tenerife, que a falta de fútbol, se fajó en todas las jugadas de un partido que rivalizaba en desaciertos en medio de una noche bochornosa también en el clima.

Tras el descanso el equipo de Cervera dio un paso adelante, se alejó más de su área y trató de cambiar la dinámica, pero no encontró el ritmo de ataque. Hay evidencias individuales también del mal momento colectivo, jugadores que no están a su nivel, ni tienen la chispa que necesitan para hacer la diferencia. El paso de los minutos fue lastrando más a los locales, especialmente a sus elementos más explosivos. Cervera fue haciendo cambios y tal vez se precipitó con el último, pero buscaba que Cristo Martín arreglara el desbarajuste y juntara al equipo a través de sus posesiones. A Cristo también le costó cogerle la vuelta a la idea y sus primeras pérdidas de balón acentuaron la tendencia que iba tomando el choque, hacia un final de ida (del Tenerife buscando la contra) y vuelta (del Mirandés poniendo pelotazos arriba). Pero Cristo se fue entonando y la defensa, en especial los dos centrales, siguieron admirablemente firmes y dejaron al Mirandés con las ganas de rematar una sola vez.

Tres puntos balsámicos de un equipo con margen de mejora.