Pasadas las 10:40 horas de la mañana de ayer, sin hacerse demasiado de rogar, Paulino Rivero llegó a los alrededores de la Catedral. No fue necesario que el todavía presidente del Gobierno canario y ayer representante del rey pusiese un pie en el suelo para verse envuelto en una nube de gráficos que buscaban la imagen del día: el saludo con el alcalde de La Laguna, Fernando Clavijo. El Cristo y las "trastadas" del protocolo habían obligado un reencuentro menos de 48 horas después de un cónclave nacionalista a cara de perro, de esos que dejan heridas para siempre.

El apretón de manos -cortés, sin excesos de afecto ni de frialdad, seguramente más que pensado- de los dos hombres que hasta el pasado viernes rivalizaban por ser el candidato de Coalición Canaria (CC) a la Presidencia del Ejecutivo autonómico siguió al traslado del Pendón desde el Ayuntamiento. Después, Rivero pasó revista a la tropa y las autoridades se introdujeron en la Catedral. Las sillas de tijera, los doseles, el casi "overbooking" y las prendas recién compradas de algunos feligreses invitaban a recordar los años gloriosos del emblemático templo.

Con el siempre solemne "Cristo ayer, Cristo hoy" que interpretó el Orfeón La Paz -este 14 de septiembre sin la compañía del Coro Epifanía-, los murmullos "precelebración" se apagaron. Y empezaron a salir de la sacristía catedralicia, doce años después en un día del Cristo, religiosos con las vestimentas litúrgicas de las grandes ocasiones, mientras el incienso "tomaba" el ambiente. Todo con ese boato que, se sea católico o no, la Iglesia impregna de solemnidad lo que otros llaman protocolo.

Eso sí, ayer no fue un buen día para quienes buscaban alguna "perla" del obispo de la Diócesis de Tenerife, Bernardo Álvarez, siempre dado a afirmaciones contundentes en las principales celebraciones. No en vano, en su homilía, de unos 25 minutos, más bien se fue hacia lo místico. Si acaso lanzó un aviso a navegantes: "En el centro de la fiesta está Cristo, no nosotros, por mucho que seamos en el ámbito religioso, político, cultural o económico".

Los prolegómenos de la procesión volvieron a mostrar secuelas políticas. Si Rivero y Clavijo se habían dado la paz de forma más fría que durante el saludo de un rato antes, la situación acabó congelándose en la espera para salir a la calle. Mientras el regidor municipal se hacía un "selfie" con Ana Oramas y Javier Abreu, y después de haberse fotografiado con varios miembros de CC -sin el presidente del Gobierno-, Paulino Rivero, en el otro extremo del antepresbiterio, mataba el tiempo hablando con el socialista Yeray Rodríguez y la no tan popular concejala lagunera Marta López, del PP. Medio solo, como abandonado por los suyos.

Poco a poco, los esclavos fueron formando las filas, y el Cristo empezó a moverse mientras había quienes se afanaban en hacerle una última foto en la Catedral. Tras el himno nacional arrancó el repique de campanas. La celebración había llegado a su punto álgido en una plaza en la que la gente se encajonaba en el poco espacio disponible. El cortejo enfiló la calle de la Carrera hacia abajo y Nava y Grimón, un recorrido inhabitual -y repleto de público- debido a las obras en Juan de Vera. Fiel a su costumbre, el obispo rompía el protocolo a cada poco para acercarse a personas con problemas de salud. Otra de las singularidades de la jornada fue el componente de despedida para unas cuantas autoridades. Sin ir más lejos, era el último día del Cristo de Paulino Rivero como presidente del Gobierno de Canarias y de Fernando Clavijo como alcalde de La Laguna. También para Julián de Armas, que en las próximas semanas dejará de ser deán de la Catedral tras 16 años. Por irse, hasta Carlos Pérez-Godiño, el esclavo mayor, termina su mandato en los próximos meses. Y en los cuatro casos por allí estaban los posibles sucesores. Ya en el Cristo, cuando Clavijo se iba, casi que no hubo despedida. Pocos estaban pendientes, y el alcalde le dio un toque en el hombro a Rivero que ni siquiera fue respondido. Ni se miraron.

Entonces quedaba la noche y el color de sus fuegos artificiales, más tranquila y menos política. Antes de que todos miraran al cielo lagunero cerca de la medianoche, el obispo ocupó el palco del Tenerife, y trajo suerte. Un motivo más para echar los fuegos al Cristo, que comenzaron a las 23:30 horas, en la noche grande lagunera.