Con 92 años tiene el honor de ser la única tatarabuela de Tegueste. Ángela García, una mujer hecha a sí misma, mantiene una lucidez que muchos envidiarían y un punto de picardía que hace muy amena cualquier conversación.

Abandonada por su marido -se fue a Venezuela y no volvió- con sus dos hijos y enferma de hidropesía (retención de líquido en los tejidos), esta teguestera supo salir adelante sin que nada de lo que se le interpuso en el camino la pudiera frenar.

Primero vendiendo leche y más tarde con el Bazar Dácil -era el nombre de su hija- en Bajamar, Ángela sacó adelante a su familia coincidiendo con la explosión del turismo en la costa lagunera.

Prueba de que fue una adelantada a su época queda que aprendió a conducir, "con doña Ani", en una época en la que esa práctica estaba reservada para los hombres.

Gracias a ello, primero se dedicó a repartir en Santa Cruz de Tenerife, en un furgón "Opel" que le pidió a Ricardo Melchior padre, la leche de la Compañía Agrícola de Valle de Guerra, y, después, en su Volkswagen "escarabajo", a comprar en un mayorista de Santa Cruz (Pemoro) para vender luego en Bajamar.

Por cierto, vehículo que condujo hasta los 85 años, que conserva en su casa y que ahora conduce su nieta Alexandra. "El escarabajo era mi compañero", subraya.

Pero, además de poseer el honroso título de tatarabuela (tiene siete nietos, doce bisnietos y una tataranieta), Ángela guarda otro secreto que la hizo y la hace especial: su amistad con el ya fallecido líder independentista canario Antonio Cubillo.

Lo conoció por ser el defensor de la causa de las lecheras, cuando el Gobierno regional trató de eliminarlas para beneficiar a la empresa Industrias Lácteas de Tenerife (Iltesa).

"Me ayudó mucho a mí y a las otras lecheras", recuerda Ángela, quien añade que, a partir de ahí, fue él quien solucionó cualquier problema de papeles.

Y fruto de esa amistad, cuenta, en plena persecución del Estado, escondió al fallecido líder del Movimiento por la Autodeterminación e Independencia del Archipiélago Canario (Mpaiac) durante un mes en su casa. Eran los años 60.

El lugar elegido para que no dieran con él fue una habitación que había junto a los cochinos y las vacas, que destinaban a alimento. No dieron con él a pesar de un chivatazo que la puso a ella en un aprieto. "La Guardia Civil lo registraba todo", recuerda. "Me amenazaron, incluso, con obligarme a hablar", precisa.

Finalmente no ocurrió nada y su amistad siguió intacta. Tanto que cuando Antonio Cubillo estuvo exiliado en Argelia le enviaba revistas y libros -que aún conserva-, que leía -también hacía crucigramas- hasta que un problema en la vista se lo impidió, hace poco tiempo.