Un camino serpentea entre extensiones de hermosos viñedos. Una carretera vecinal que enlaza el pueblo medieval de Riquewihr con el de Keysersberg. Tras muchas curvas, llega una gran recta que permite vislumbrar el campanario de la iglesia de Keysersberg, una población famosa por dos cosas: por ser la cuna de Albert Schweitzer y por el Domaine Weinbach, una de las más grandes instituciones vinícolas de Alsacia, en Francia. A lo largo del camino nos encontraremos, a la derecha, con el viñedo de Schlossberg, primer Grand Cru declarado en la región en 1975, y a la izquierda con el Clos de Capucins, finca sede de Weinbach desde 1898, año en el que la familia Faller se hizo cargo de él.

El Clos de Capucins fue un antiguo monasterio construido por los monjes capuchinos en 1612 en un lugar donde ya se cultivaba la vid desde el año 890. Durante la Revolución Francesa fue incautado y vendido como propiedad pública. Como hemos comentado, en 1898 pasó a manos de la familia que aún hoy lo regenta y lo ha hecho grande. Primero, con el largo período de Théo Faller, marido de Colette y padre de Catherine y Laurence, y luego con la gestión de estas tres extraordinarias mujeres.

El muro de piedra que marca los límites del clos nos conduce hasta el chateau, un precioso edificio que domina de forma majestuosa las vides de Muscat, Pinot blanc, Pinot gris, Gewürztraminer y Riesling plantadas en la finca. Impera un silencio tan solo interrumpido por el zumbido de los insectos agitados por el suave calor veraniego. Desde esta entrada se pueden vislumbrar las 30 hectáreas de fincas que abastecen al 100% los vinos de la casa. No compran uva ni la venden. Todo para producir las escasas ("no queremos más", confesaría más tarde Catherine Faller) 170.000 botellas que producen al año.

Unos vinos que comenzaron a realizarse bajo métodos biodinámicos en 1998, cuando Laurence, convencida de que era la mejor forma para una vinificación de la máxima calidad, eligió 8 hectáreas para comenzar el proceso de transformación. El resto se siguieron cultivando de forma orgánica (como era norma de la marca) hasta 2005, primera cosecha completamente biodinámica. De esta forma, Domine Weinbach se une a Domine Zind-Humbrecht y Marcel Deiss como los grandes pioneros de Alsacia en este campo.

En la casa nos recibe la propia Catherine Faller, cara pública del Domaine y la gran dama de la viticultura alsaciana. Educada, cortés, cercana, nos invita a sentarnos en un salón lleno de recuerdos familiares. Una mujer observadora que parece escrutar todo lo que pasa en torno suyo, que escucha y analiza. Fotos de sus antepasados conviven con algunas más actuales y una en concreto: las dos hermanas posan en una hermosa imagen que se nos antoja premonitoria tras la reciente y trágica muerte, con tan solo 47 años, de Laurence Faller, auténtica alma de estos magníficos vinos que probaríamos esa tarde.

La demostración de que se trata de una casa especial la tuvimos desde el primer instante. Su Pinot Blanc, un vino muy básico para cualquier otro, resulta exquisito en su frescura. Un 2012 ligero, con recuerdos a fruta fresca de verano y de gran persistencia. Como ocurriría en el resto de los vinos, la expresión del terroir es máxima, dada la escasa intervención que se hace sobre ellos. Todas las uvas son recolectadas a mano y prensadas suavemente. Siempre se busca la concentración y los bajos rendimientos, que dan como resultado una gran fineza e intensidad.

Un ejemplo de ello es el Riesling Schlossberg Cuvée St. Catherine 2013, un vino realizado con las cepas más antiguas del Grand Cru (más de 60 años) que le imprimen una extraordinaria elegancia y estructura. Se pueden encontrar rastros de piña y de mango sobre un equilibrado paladar. "Un vino cristalino", como apuntó Catherine durante la cata. Un Pinot Gris St. Catherine del mismo año vino a mostrar el contraste entre ambos. Éste último resultaba especiado y gentil, muy amable en boca desplegando una paleta compleja de sabores que se verían ampliados posteriormente en otros cuvées de la misma cepa.

Un capítulo muy especial vino de la mano de los Gewürztraminer de la casa. Son vinos exuberantes, de una gran sensualidad que llenan el paladar de las más contrastantes sensaciones. Unos cuvées en los que se aprecian en nariz frutas maduras y especias como el clavo que le dan un carácter punzante aunque sedoso y bien estructurado. Un abanico tan amplio como complejo que se inició con un Altembourg de 2012, seco y aromático, que introdujo un Grand Cru Furstentum 2011 de enorme potencia y sabor, y un Cuvée Laurence ("el vino de mi hermana, que falleció el pasado mes de mayo", dijo realmente emocionada Caherine Faller al servirlo) de 2012 elegante y sobremaduro ("Still a baby", afirmó Faller) al que le espera todavía un gran progreso en botella con sus aromas florales y sus notas cítricas.

Tras el despliegue de vinos secos (siempre con notas de dulzor dada la tardía recogida que realizan en el Domaine), llegó la hora de probar los Vendages Tardives (Vendimias tardías). Vinos de extraordinaria complejidad afectados por la botrytis que encuentran en Alsacia un terreno para su máxima expresión. Un ejemplo modélico es el Pinot Gris Schlossberg VT 2011, de una elegancia soberbia, con delicadas notas de lichi y mango, o un Gewürztraminer Grand Cru Furstentum VT del mismo año, cristalino, delicado pero al mismo tiempo recio, graso y terrenal.

Los últimos vinos en catar fueron las joyas de la corona, la Selección de Granos Nobles (Sélections de Grains Nobles). Vinos muy botrytizados con gran cantidad de azúcar residual que los convierten en auténticos néctares. Su recolección y selección, realizada grano a grano, unidos a su calidad intrínseca, hacen que su valor en el mercado se disparen. El Gewürztraminer Grand Cru Mambourg SGN 2006 fue una de estas joyas. Su complejo aroma especiado y dulce, unido a sus sutiles y persistentes notas a miel y a flores, lo convierten en una experiencia única. Como también lo fue el Pinot Gris Altembourg Quintessence de Grains Nobles Cuvée D''Or 2010, una "tarta tatín líquida", según la propia Catherine Faller, y la máxima expresión de unos vinos que siempre se muestran a un nivel de regularidad envidiable.

Unos vinos, pues, que aúnan tradición y modernidad concebidos por dos mujeres que se han hecho un hueco propio en un mundo de hombres. Dos luchadoras que han creado un estilo de futuro, un camino de contemporaneidad que lo sitúan en la élite alsaciana y francesa.