En un principio fue el caos. Bastaba asomarse ayer al "hall" del Auditorio para advertir el desorden previo que se apoderó de los prolegómenos del acto de clausura del Festival Starmus. Pero quizá influidos por el principio de la relatividad, superados los conceptos de espacio y tiempo, la dinámica de las masas y atraídos por el magnetismo de Stephen Hawking, el público que abarrotó la Sala Sinfónica se entregó al viaje.

El director del festival, Garik Israelian, apoyado en el tema "Breath in the air", del grupo Pink Floyd, creó el ambiente preciso para introducir el homenaje a las leyendas del espacio, personificadas en los astronautas Neil Armstrong, primer hombre que pisó la Luna, y el ruso Alexei Leonov, pionero en realizar una caminata espacial.

El presidente del Cabildo, Carlos Alonso, describió Tenerife como "fuente de inspiración" para la ciencia y el conocimiento y "reclamo" de pensadores y viajeros ilustres a lo largo del tiempo.

El astronauta Charlie Duke destacaba el carácter humilde como rasgo de la personalidad de Armstrong y la "performance" musical de Alexandros Hahalis, la voz de la soprano Katherina Mina y el percusionista Castañeda, crearon un clima propio de mito y leyenda que cerró el teclista Rick Wakeman, inundando con limpias notas salidas del piano la bóveda sonora del Auditorio.

El cosmonauta ruso Alexei Leonov -primer hombre en caminar por el espacio- se valió de una pizarra para reproducir, luciendo medallas, en su idioma natal y con carácter didáctico, las naves que su país diseñó para competir en la carrera espacial, que a su juicio se truncó por el fallecimiento del ingeniero jefe del programa.

Y tras los teloneros apareció el protagonista esperado: el físico británico Stephen Hawking, dominando por sí solo la escena.

"La realidad supera a la ficción y ciertamente los agujeros negros son lo más extraño".

En adelante, su disertación sobre la génesis y propiedades de los agujeros negros captó la atención de un púbico mayoritariamente profano, pero entregado y rendido al mito.

Así, conceptos como las antipartículas; el determinismo científico; el principio de incertidumbre o el horizonte de eventos se fueron sucediendo en un discurso que, desde la unión de la gravedad, la relatividad general y la mecánica cuántica desembocó en un cuestionamiento sencillamente vital: la infinitud.

Hawking, a sus 72 años y prisionero no de los agujeros negros que tanto ha estudiado, sino de un cuerpo inmóvil por la cruel esclerosis lateral amiotrófica que lo atrapa, se mueve sin embargo con total libertad por los espacios del pensamiento y la reflexión.

Desde esa capacidad innata para divulgar el lenguaje científico, provocando el interés de todo tipo de públicos, encuentra la razón de su existencia. Ayer en el Auditorio, sus palabras sonaron a sinfonías del Universo.