El mundo del empleo se podría definir sin dudarlo como la incertidumbre constante. El debate eterno entre el sí y el no, la desazón de la espera, en momentos de euforia y otros de desesperación.

El empleo es como una atracción de feria que presume del vértigo o velocidad que produce disfrutarla. Es inconstante, a veces arriba y otras abajo, un mundo impredecible, inquieto, variable, inconformista. Probablemente en semejanza a las personas en el mercado laboral.

La cuestión de fondo es que en un proceso de búsqueda activa de empleo siempre se está a la espera de que el perfil profesional encaje en una oferta de trabajo para poder optar a la misma; de que pase el tiempo para renovar el Darde (documento acreditativo de renovación de la demanda); o de alcanzar los seis meses para encajar o no en alguna política de empleo. En definitiva, de que suene por fin el teléfono y que la oportunidad por fin toque la puerta. Cuando llega y se sube a bordo de un proceso de selección cuyo destino final podría ser el empleo que nos apasiona, se espera con cautela, haciendo fuerza interior para no hacerse ilusiones, casi es inevitable, que quizá luego no se materialicen y, como en la atracción de feria, se vuelva a bajar con velocidad. Acceder por fin al mercado laboral tampoco supone momentos de sosiego. Se aguarda con temor distintas fechas: la de finalización del período de prueba para saber si se mantiene el puesto de trabajo se debe de partir; la de terminación del contrato suscrito, temiendo que no exista renovación alguna...

En estos tiempos que vivimos siempre se sufre la incertidumbre. Ante este panorama, lo mejor es acostumbrarse a vivir con ella. Conocer los mecanismos que permitan reducir la ansiedad que produce, aprender ser pacientes y no desesperar, porque el tiempo que se invierte en especular y “rumiar” las infinitas posibilidades, es tiempo que se resta al trabajo principal, la búsqueda activa de empleo.