Hace ya algún tiempo, regresando de Francia por Navarra, como en otras ocasiones, llegué hasta el inicio del País Vasco con la intención de cruzarlo para costear la bella panorámica de la cornisa cantábrica. Y, justo al comienzo, me detuve ante una oficina de información turística atendida por dos amables azafatas, las cuales, sin pedirlos, me ofrecieron una serie de folletos orientativos de los lugares más idóneos para satisfacer el interés cultural, la visión panorámica y la degustación gastronómica. Sin embargo, dándoles las gracias, las interrumpí para preguntarles por la entrada más próxima a la autopista de peaje para cruzar la comunidad sin detenerme. Mostrando su sorpresa, me preguntaron el porqué de mi intención de pasar de largo. La respuesta fue obvia, porque quería conservar mi integridad ante un imprevisto atentado terrorista. De nada valieron, para convencerme, sus alabanzas a los pintorescos pueblos marineros de la costa, porque en mi memoria guardaba aún el recuerdo del año anterior, de la bomba en un supermercado de Oyarzun, horas después de haber efectuado una parada para comprar. Aquella coincidencia me había prevenido contra la posibilidad de ser protagonista involuntario de otro hecho inesperado. De modo que, haciendo oídos sordos, les di las gracias y enfilé la dirección prevista para dirigirme a la vecina Cantabria.

Este recordatorio, que le podría ocurrir a cualquiera, es simple instinto de conservación de cualquier ser humano ante un hecho lesivo que, de repetirse, atente contra la propia integridad física o material. Por ello, ante la incertidumbre, resulta lógica la alarma de posible contagio que se ha generado entre la población, caso de expandirse el virus ébola. Y mientras la única afectada, por ahora, que se ofreció voluntaria para cuidar al misionero fallecido lucha por su vida otro número de personas que estuvieron en contacto con la enferma se hallan confinados en observación. Y, aunque la información, que suponemos fidedigna, habla de análisis negativos, no cabe la menor duda que la incertidumbre general-que no ha respetado la identidad de los preventivos, como tampoco lo hicieron con la única enferma- va a condenarlos durante mucho tiempo a una exclusión social. Y pongo el ejemplo de las tres peluqueras que atendieron a la enferma, sin saberlo, durante la fase de incubación de la enfermedad. ¿Volverán a ser admitidas en sus empleos cuando les den el alta? Ojalá me equivoque, pero me temo, con la sequía laboral que acontece, que estas mujeres lo van a tener crudo para volver a sus puestos de trabajo; máxime cuando se corra la voz entre su clientela habitual.

A diferencia de este estilo vocinglero español, destacado por Rajoy como ejemplo de eficacia ante sus vecinos europeos, los norteamericanos han desarrollado un protocolo infinitamente más rápido, eficaz y preventivo que la improvisación permanente -con ministra nefasta incluida- del método español, que ha rizado el rizo con las vergonzosas declaraciones del director general de Sanidad de Madrid, culpando de negligencia a la contagiada del virus, y que ha generado una lógica carta de protesta de su marido, pidiendo su dimisión inmediata.

Pese a la misiva, dudo que este personaje vaya a hacerlo, salvo que lo declaren cabeza de turco para salvaguardar los cargos de sus responsables superiores; empezando por la citada ministra Ana Mato, que no la dimitirán porque daría ejemplo de debilidad en un Gobierno que se ha caracterizado por su intransigencia a la hora de dictar rescates bancarios y acogotar con impuestos y recortes salariales a toda la clase trabajadora del país. Un país diseñado para una clase privilegiada, en donde se reparten las sinecuras entre unos pocos -tarjetas negras- o el discutido fondo de las sicav para multimillonarios, así como amnistías fiscales para los defraudadores arrepentidos y otras muchas consideraciones. Siendo la principal la hipocresía de mirar en otra dirección tolerando el fraude de unos pocos en perjuicio de muchos.

Ante este panorama informativo, dígannos, ¿quién se atreve a desterrar la sensación de repulsa social e incertidumbre?

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