Hace años que podría existir la vacuna contra el ébola, pero se detuvo su investigación por falta de apoyos económicos. Como dijo una responsable de la OMS, "el ébola interesaba menos porque era una cosa de negros en África". Una pena que el mundo actúe así, con estos criterios tan bestias. Ahora se trabaja intensamente en la vacuna, que no estará lista hasta dentro de unos meses, en 2015. Mientras tanto, la enfermedad se extiende y ya se han producido 9.000 afectados en África, la mitad de los cuales o ha muerto o morirá, porque así lo dice la estadística.

El ébola ha vuelto a cambiar los comportamientos sanitarios. El hecho de que cientos de fallecidos y afectados hayan contraído la enfermedad por cuidar a los demás, es decir, profesionales de la sanidad, hace más patético este asunto.

Les ha ocurrido, sin ir más lejos, a las enfermeras norteamericana y española que han sido infectadas, nadie sabe todavía por qué. Nadie conoce dónde estuvo el fallo o si existen otras vías de transmisión que las protocolizadas. La población mundial, cada vez más informada, se empapa de las vías para contraer la enfermedad, de las estadísticas de curación, de todo. El ébola es una noticia que interesa y que preocupa a todo el mundo. Lo triste es que se detuviera la investigación de la vacuna porque el asunto no había llegado al primer mundo. Esto nos llena de estupor. Se quejaba de lo mismo, el otro día, el investigador Patarroyo. Parece como si lo que no existe en el primer mundo no existe en ninguna parte. Algo insolidario e injusto que es preciso reparar cuanto antes.

Las condiciones en las que viven algunos países africanos son deplorables. Yo estoy de acuerdo con que los gobernantes sinvergüenzas que rigen esos países son los primeros culpables. Pero quienes mejor vivimos tenemos la ineludible obligación de ocuparnos de los que lo están pasando muy mal, sanitariamente hablando. Vemos en los documentales de la televisión hospitales africanos que son auténticos antros, donde los contagios son frecuentes y la atención, paupérrima.

Hay 14.000 misioneros españoles trabajando en el tercer mundo. Su labor es impagable y encomiable. Cada año se incorporan a las misiones unos 140 religiosos y seglares españoles a los que sólo les mueve su amor por el género humano. Y apenas disponen de medios para desarrollar su trabajo. Es preciso ayudarlos económicamente, a través de organizaciones serias, de ONG de prestigio y de confianza.

La Iglesia Católica desarrolla una ingente labor en favor de los demás en países llenos de miseria. No sólo en África, también en la India o en Haití, por ejemplo. Pero sin ayuda no puede hacer nada.

Y que salga esa vacuna ya; y que no se vuelva a detener su investigación porque una vida debería valer lo mismo en Sierra Leona que en Nueva York.