El día 6 de este mes de octubre se produjeron fuertes inundaciones en la ciudad francesa de Montpellier. Decenas de personas -treinta de ellas en helicóptero a toda prisa- tuvieron que ser evacuadas de sus casas para que no pereciesen ahogadas. Centenares de vecinos pasaron la noche en gimnasios y otras instalaciones públicas al quedar inutilizadas sus viviendas. Las fotos publicadas por los periódicos mostraban coches literalmente colgando de los árboles.

Apenas le habría dado importancia a una noticia como esta si casualmente no hubiese pasado por Montpellier hace un par de meses. Ni en esa ocasión, ni en las anteriores en las que he visitado dicha localidad me pareció que fuese una urbe en manos de munícipes poco previsores. La limpieza de las calles, el tráfico ordenado y una sensación de buena ciudadanía -o urbanidad- entre sus habitantes daban la sensación más bien de todo lo contrario. Sin embargo, incluso en Montpellier se producen aluviones sin que nadie salte a los medios de comunicación para quejarse del mal hacer del servicio meteorológico francés; el conocido Meteo France. Uno de los más prestigiosos de Europa, ya que estamos con el asunto. Tampoco sacaron de ningún sótano una guillotina para que de nuevo rodaran cabezas, esta vez de funcionarios meteorológicos, un mes antes cuando otras inundaciones ocasionaron seis muertos en varios departamentos del sur del país.

En Santa Cruz hay barrios que se van a inundar siempre que llueva más de lo habitual. La situación de la ciudad entre montañas, el poco respeto que se ha tenido con la ocupación de parte de los cauces de los barrancos, algunas obras que no se debieron hacer y otras que deberían estar terminadas hace tiempo pero que a día de hoy siguen en fase de proyecto -es decir, en la gaveta de las buenas intenciones- agravan el problema cuando se producen esas precipitaciones inusuales, pero no son la causa absoluta de la tragedia. Es fastidioso que a uno se le inunde la casa cuando sube el mar o cuando, sin necesidad de que haya en ese momento una marea viva, se pone a llover más de la cuenta, pero de eso no tiene la culpa ni el alcalde, sea cual sea su partido, ni la Agencia Estatal de Meteorología. Por supuesto, sin eximir a este organismo de su deber de facilitar la máxima información con la mayor antelación posible. Por si fuera poco, ayer, uno de los días más calurosos en Santa Cruz en lo que va de año, permanecía cerrada la Playa de las Teresitas porque no habían terminado de limpiar la maleza acumulada en la orilla. Ciertamente es más fácil cerrar una zona recreativa que tenerla en condiciones.

En cuanto al clima, dicen algunos expertos que todavía es pronto para advertir fehacientemente los efectos del cambio climático, pero por ahí van los tiros. En Tenerife, en Montpellier o en la misma Conchinchina -que no es un país específico sino un lugar muy lejano que nadie sabría situar en el mapa- los fenómenos atmosféricos cada vez serán más extremos: sequías muy largas, inundaciones muy intensas, asfixiantes olas de calor y sus gélidas equivalentes. Como no por ello vamos a dejar de calentar el planeta, cuanto antes nos acostumbremos, mejor.

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