Los dos de El Hierro; él de El Mocanal, yo de Valverde. Pero esos cinco kilómetros, aunque en una isla pequeña se perciben como una gran distancia, se acortaban y el punto de encuentro era el cine Álamo los días de fiesta. Estuvimos en la academia de doña Inocencia preparándonos el bachillerato, y lloviera o tronara Marcos no dejaba las clases y venía a Valverde con su bicicleta para las clases también de don Valentín y de Paco Méndez. Los domingos por la noche ayudaba a sus padres en aquella venta en los bajos del Casino, pero el resto de la semana lo que le ocupaba era los estudios. Y destacó por encima de los demás. Era constante y buen estudiante y ahí nos ganó a todos; no así en el fútbol, cuando jugaba en el Estrella junto a los "laguneros" y Vicente, Ramón y yo en el Armiche, lo que le recordaba en algún que otro mitin de campaña electoral en el Puerto de la Cruz, y le hacía mucha gracia.

En las jornadas del aquel verano en El Hierro donde se programaron unas charlas por los pueblos de la isla y que concluyeron en una conferencia un tanto polémica en el cine Álamo, estaba Marcos, que había venido de El Mocanal "solo para oírte".

En La Gomera, fue maestro de Agulo, nos volvimos a encontrar y en su Opel Kaddet recorrimos la isla dispuestos a la gran aventura, junto con Nicolás Barrera, para llegar a Valle Gran Rey por una carretera complicada y peligrosa, donde el fondo de los barrancos se perdía en la profundidad.

Los veranos nos veíamos y alegábamos de política con la idea de que cuando termináramos las carreras nos quedaríamos en la isla para no tener esa eterna nostalgia, pero no pudo ser; se fue de Agulo al Puerto y yo a Hermigua y a Tacoronte.

Conectamos nuevamente y con cierta asiduidad en los debates de Tele 21 que dirigía el recordado Lorenzo Sosa, donde Marcos, con esa socarronería que le acompañó siempre, intentaba doblegar al oponente, que muchas veces, paradójicamente, era yo, puesto que nuestras ideas políticas, aunque parecidas, tenían alguna que otra marcada diferencia.

Nuestra actividad política, desde su quehacer de años en el Ayuntamiento del Puerto de la Cruz, y por mi parte en el Gobierno de Canarias, nos puso en contacto con cierta frecuencia, pero, pasados unos minutos, nos refugiábamos en comentar cosas de la isla de El Hierro y recordar viejos tiempos, donde desde la precariedad en todo sobresalía el entusiasmo por las cosas, el empeño por conseguirlas y que el sello de honestidad quedara patente.

Y así se lo propuso y ese sello que llevó siempre es el mejor recuerdo que podemos tenerle sus amigos de El Hierro y aquellos que conoció durante el desarrollo de su vida profesional y política.