1.- Dormí en Ayamonte, pero antes quise tomarle el pulso a Portugal. Se me quitaron las ganas. Los pueblos fronterizos del sur son un asco. Yo recuerdo que hace 30 años Vila Real del Santo Antonio era un pueblo pequeñito y lleno de tiendas ambulantes donde comprabas toallas y artesanía. Nada, se acabó. Miseria y cutrez absoluta. Me volví a Ayamonte, dormí en el parador, que se ha vuelto también viejo; y allí me enteré de la muerte, hace un par de años, de mi amigo Antonio Atalaya, que fue su director y también director del Parador de El Hierro. Un caballero. Y como nos cogía de camino, de regreso a Jerez entramos en El Rocío, a ver la Blanca Paloma. Impresionante. Yo no soy religioso, ni creo mucho, pero hay que ver la que se monta allí un domingo por la mañana. Cientos y cientos, miles de personas que vienen de todas partes a ver la Virgen, que preside un retablo dorado, precioso, y que despierta tantas pasiones. Aquello es un espectáculo, me imagino cómo será en las jornadas grandes.

2.- Allí cada familia bien de Andalucía y cada artista de renombre tienen una casa y cada hermandad -hay más de cien-, otra. Yo conozco Lourdes y conozco la basílica de Guadalupe, en Ciudad de México, y conozco otros lugares de peregrinación, pero esta alegría no la supera ninguno. Suenan constantemente las sevillanas dentro del santuario, cantos preciosos, llenos de sentimiento. La gente llora, pero yo no diría tanto de emoción como de alegría. Aquello es un verdadero sentimiento y en torno al santuario existen negocios que tienen que dar mucho dinero, desde bares a tiendas de recuerdos de la Blanca Paloma. Por 20 euros, un paseo en carreta tirada por mulos por la aldea y por el parque de Doñana. Estaba el Litri allí el domingo, el viejo, no su hijo, también matador de toros, que está casado con una hija de Carolina Herrera. Buen braguetazo.

3.- En El Rocío, el pueblo llano se mezcla con los señoritos; ves de todo en aquel arenal que te pone perdidos los zapatos y te llena de polvo la ropa. Muy bien comunicado, llegas fácilmente. Vi una hermandad ¡de Las Palmas! Y el mulero me dice que existe otra de Tenerife, pero itinerante en cuanto a su sede. No tenía ni idea. Es preciso tener mucha fe para soportar el calor, el olor de la multitud y toda aquella pasión religiosa. Yo fui a gusto, la verdad, más que nada para comprobar el fenómeno social. Pero también entiendo a los que depositan su fe en esa imagen a la que se atribuyen milagros y situaciones excepcionales.

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