Soy seguidora del programa "No es un día cualquiera" de Radio Nacional de España, que se emite las mañanas de los fines de semana y que presenta Pepa Fernández. Hace años que empecé a escucharlo con interés, y esta temporada ha vuelto a engancharme. Es un programa sosegado, cargado de contenidos atractivos y con gente de la que aporta cosas sustanciosas. De ese tipo de programas que entretienen y en el que, además, puedes ir aprendiendo cosas nuevas. Siempre me pareció, en este sentido, muy didáctico. Creo que lo concibieron y lo diseñaron con una vocación claramente educativa.

A través de este programa de radio aprendí yo la diferencia entre oír y escuchar. La diferencia entre percibir los sonidos con el oído y prestar atención a lo que se oye. De ahí que los seguidores de "No es un día cualquiera" no seamos oyentes, sino escuchantes.

La comunicación real, para que tenga calidad, tiene que basarse en una disposición de escucha, que a decir verdad no vive, me parece a mí, su mejor momento. Oír no es escuchar. Salvo que exista un problema de salud, todos tenemos la posibilidad de oír, pero desde luego no todos ejercemos la capacidad de escuchar que, además de buen oído, exige otras muchas cosas.

Uno de los orígenes del conflicto en las relaciones sociales tiene que ver con la comunicación. O mejor dicho, con una deficiente comunicación. O, en el peor de los casos, directamente con la incomunicación. Ocurre a todos los niveles, en todos los grupos humanos, en las parejas y en las comunidades, en las familias y en los entornos profesionales.

Cuando dejamos de escuchar y simplemente oímos, se reducen las posibilidades de converger, de hallar un punto en común, de acordar. Y se multiplican, sin embargo, las probabilidades de intoxicar, de confundir, de disgregar.

En una de las sesiones de entrenamiento con un equipo laboral con el que estoy trabajando, uno de los miembros participó para hacer una aportación esencial: "Escuchamos para responder, no para entender". No puedo estar más de acuerdo. En ese caso, más bien oímos para intervenir en cuanto encontremos el hueco para hacerlo, o en cuanto en la pelea por contestar nos permitan hacerlo. Estamos más pendientes de que el otro termine cuanto antes para exponer nuestro propio punto de vista, nuestro enfoque. Es como que (y sin como) nada importase lo que el otro pueda decir. Qué más da, si finalmente volveremos a colocar nuestro argumento independientemente de los demás.

Escuchar es otra cosa. Escuchar es comprender. Implica voluntad, interés, predisposición. Escuchar es tomarse la molestia de querer descifrar y asimilar lo que nos están diciendo. Escuchar es caer en la cuenta de que el otro puede no tener su día más elocuente, puede expresarse con dificultad o torpemente, y aun así, podemos llegar a entendernos. Escuchar va mucho más allá. Escuchar es estar dispuesto a ser permeable. A interiorizar los argumentos ajenos, a ubicarlos en su contexto, no en el nuestro. Escuchar es darnos la oportunidad de alimentar las neuronas y "estirar" el pensamiento. Incluso salir de nosotros mismos, acaso para reafirmarnos en nuestros criterios, acaso para abandonar los propios razonamientos. En definitiva, estar abiertos.

Escuchar es más propio de quienes apuestan por las mejoras, por los progresos. Escuchar es abrirse generosamente a otras posiciones, a otras experiencias, a otros sentimientos. Y quién sabe si escuchando enteramente podemos lograr descubrir el reverso. Escuchar puede llegar a ser alivio, consuelo, consenso. Si lo que interesa es crear y avanzar, yo diría que el camino pasa por escuchar. Escuchar atentamente, escuchar de verdad. Escuchar comprendiendo que es la mejor forma, que entiendo, de escuchar.

@rociocelisr

cuentasconmipalabra.com