1.- La miniserie de Tele 5 sobre don Juan Carlos vuelve a remover un pasado archisabido sobre los primeros tiempos del monarca en España y sobre su vida posterior. El primer contacto que tuve yo con el futuro rey -luego lo vi varias veces y lo saludé otras tantas como vicepresidente de la Federación de Asociaciones de la Prensa de España- fue en su viaje de novios. Visitaron el Puerto de la Cruz y mi padre era primer teniente de alcalde y alcalde en funciones del pueblo. Le dieron un banquete en el restaurante "Mi vaca y yo" y a él asistió el gobernador civil, un militar de Caballería, muy bruto, llamado , con su mujer. Y se pelearon durante la cena de una forma tan escandalosa que doña Sofía, en su español chapurreado de entonces (lo aprendió aceleradamente), le dijo a su flamante marido: "Juanito, vaya batalla de flores que tienen estos dos". Yo, que era un niño, me colé en aquella cena, naturalmente sin ser invitado, como el pequeño Nicolás, pero sólo para ver de cerca a los futuros monarcas. Me parecieron muy agradables. Mi padre me despidió con una mirada y salí pitando del restaurante. Tengo unas fotos muy simpáticas de aquel día.

2.- Estaba claro que la presencia de Franco imponía. La serie lo refleja y me parece muy reveladora la entrevista al nieto del general, Francis Franco, que aporta algunos datos interesantes. Y curiosas las opiniones de las primeras novias del rey, cuyo papel en la historia moderna de España es innegable. "Todo el mundo lo utilizó", dicen algunos de los periodistas entrevistados. Quién sabe. Yo creo que el ex rey es muy listo y no se merece el final que ha tenido, harto de los corsés del cargo, del desamor, de los líos familiares. El hombre quería vivir y por eso abdicó. No hay que criticarlo porque ha usado un derecho que le asistía. Y merece el respeto de los españoles.

3.- Cuando visité Villa Giralda, hace ya algunos años, tomé conciencia de que allí se había gestado una parte importantísima de la historia de España. El chalé no es nada extraordinario, pero está lleno de símbolos. No sé por qué en estos días, que he paseado por debajo de la torre de la Giralda, en Sevilla, me acordé de don Juan, a quien saludé una vez en el hotel "Mencey". Era un hombre afable, lleno de tatuajes, cordial con todo el mundo, con la voz cascada por la enfermedad y muy observador. La Giralda estaba presente en su vida, siempre: su casa y su barco llevaban el nombre del monumento sevillano.

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