Me alongo al drama de los jugadores del Uruguay Tenerife -un equipo de fútbol sala- y me viene a la cabeza algo en lo que pienso desde hace años: el desbarajuste de subvenciones, ayudas, aportaciones -públicas y privadas, aunque las privadas cada cual es libre de otorgarlas y recibirlas- que rodean a muchas actividades deportivas en este Archipiélago. En estas Islas y en todo este país. No a todo el deporte en general, pero sí a una buena parte de él.

Dicen los directivos y los jugadores del citado equipo que no sabían nada de lo que hacía su presidente. Me lo creo porque carezco de motivos para pensar lo contrario. No obstante, ¿se preguntaron alguna vez cómo se financiaba el club? ¿Se lo preguntan también los responsables de otros equipos de cualquier modalidad deportiva?

No pretendo culpar a nadie porque lo que abundan son las víctimas, no los culpables. Víctimas pero también protagonistas de un sistema megalómano que abarca no sólo el ámbito deportivo. Una forma de actuar que no concibe hacer nada, sea lo que sea, sin cargo al erario.

He vivido en un país en el cual el llamado deporte de base -ese que tanto se recomienda a la población, con buen criterio- consiste en jugar al béisbol en una esquina del parque. En verano casi todos los días después de las cinco de la tarde y el resto del año los fines de semana si el tiempo lo permite. A los que no les gusta el béisbol corren alrededor de ese parque, montan en bicicleta o encestan un balón en la otra esquina. Las competiciones de fútbol americano se limitan casi a partidos entre equipos de institutos de segunda enseñanza. Las poderosas ligas profesionales, que las hay y las conocemos todos gracias a Hollywood, están reservadas para unos pocos que ganan muchísimo dinero porque han sido capaces de destacar y porque -esto es lo más importante- cuentan con una hinchada numerosa que llena los estadios previo pago de la entrada. ¿Puede sufragar sus sueldos, desplazamientos y otros gastos un equipo de fútbol sala -o de lo que sea- en Tenerife con sus taquillas? No lo sé. Pero si no es así, estamos ante otro ejemplo de algo mantenido artificialmente. Sistema que se aplica tanto a un conjunto deportivo, como a una quesería, pasando por una feria de artesanía, una exposición de pintura y hasta una murga carnavalera; a lo que sea siempre que el político en cuestión atisbe la posibilidad de perder un puñado de votos si se muestra rácano.

Políticos, todo hay que decirlo, que cada vez dan menos dinero porque la crisis les ha vaciado la despensa y también porque la visión de varios colegas camino de los juzgados les ha metido el miedo en el cuerpo. Menos mal que para suplir la merma ha llegado un señor y presuntamente ha desviado 600.000 euros sin que nadie se entere de nada hasta el último momento; ni la consejera insular del área, ni la consejera delegada de Sinpromi.

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