1.- Desde los tiempos de Maricastaña, es decir desde que yo vivía en Sevilla, había escuchado hablar de los Pantoja, que son todos familia. Y desde entonces vengo oyendo decir de una chiquita que cantaba muy bien y que peregrinaba con éxito por los escenarios de Andalucía. Fíjense si hace años, porque la Pantoja debe tener ahora 58, más o menos. O sea, que sé de su trayectoria musical desde hace más de cincuenta. Pues escuchando los programas mañaneros, que detesto, veo que aparece ahora en todo este culebrón precarcelario un gitano prestamista llamado , con antecedentes poco recomendables y con una cara que se la pisa. Este tío se dedica a prestar dinero por ahí a quien está apurado y tenga propiedades dignas de ser birladas. Aparece en las televisiones con pinta de patriarca caló y mucho colorín en el vestir. No le dio el parné a la Pantoja porque no se fiaba. Casi nada. Este es el jaez de contertulio de estos libelos.

2.- El culebrón de Isabel Pantoja es eterno y observo una tremenda crueldad de los tertulianos a la hora de tratar el asunto. Yo diría que entre todos quieren meter en la mazmorra a la tonadillera, intentando crear un clima mediático que influya en el tribunal que debe decidir. La verdad, tal ensañamiento ha hecho que yo me interese por esta atractiva mujer, que tiene mucho cuento como todas las folklóricas que se precien, pero que también merece compasión, como cualquier ser humano. Creo que un baño de ética profesional y de caridad cristiana no le vendría mal a los tertulianos mañaneros y vespertinos de las televisiones de ámbito estatal. No deberían destrozar así a una persona, por mucho dinero que haya blanqueado.

3.- Este es un país de una crueldad sin límites. Recuérdese la Inquisición, que condenaba a la hoguera a cualquiera por un quítame allá esas pajas. Existen inquisidores de nuevo cuño colados de rondones en las tertulias televisivas, que ejercen de Torquemada, porque cada español es un censor. Aquí estamos acostumbrados al ensañamiento más cruel, ya sea con un toro, con una cabra, con un perro o con un semejante. El caso es joder al prójimo. Destrozar a la Pantoja es algo despiadado y no conduce sino a meterla en la cárcel. Por cierto, casi nadie va a la cárcel con una condena de dos años, así que todavía más extraño en un país en el que uno cuestiona si las leyes y las sentencias que las interpretan son siempre justas. Las decisiones ejemplarizantes nunca lo son.

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