Aunque soportes como la televisión o el cine han proyectado y popularizado su imagen, Pepe Viyuela (Logroño, 1963) sigue manteniendo un idilio especial con el teatro, por lo que representa de pureza y de género original.

Los promotores del Festival Clownbaret han conseguido que este artista desembarque con sus trastos de payaso y su espectáculo "Encerrona" en Tenerife, pero en la piel del cómico late la dignidad de un trabajador que reivindica su oficio; un espíritu crítico con los desmanes del poder y un ser humano que se busca en la poesía.

Precisamente sobre uno de sus poemarios, de título "Silenciario", Pepe Viyuela subraya que se trata de "un libro en el que reflexiono sobre el silencio desde la palabra, lo que resulta paradójico, pero el silencio no existiría ni seríamos capaces de identificarlo si no llenáramos el vacío de palabras, voces, ruidos...". Y concluye en que solemos "ahogar los espacios de ruidos y muchas veces para no decir absolutamente nada".

Quizá por eso intima con lo gestual: "Cuando en teatro percibes un silencio lleno, se consigue transmitir mayor emoción que con el argumento más brillante".

El Viyuela ciudadano sostiene que los Borbones no le provocan risa, "sino estupor" y toma cierta distancia y perspectiva: "Lo que me provoca estupor es que perviva una práctica anacrónica según la cual un vínculo de sangre marca la línea sucesoria del Jefe del Estado". Y es que desterrada la idea de la "cosa divina", el argumento tiene que ver con "la gracia burocrática o constitucional".

Tampoco ceja en su enfrentamiento con Montoro. "Con el ministro mantengo una línea ascendente de cabreo, porque considero que a todos nos asiste el derecho a cometer errores, pero si hay quien se empecina en mantenerlos entiendo que el error no es producto de la ignorancia, sino algo buscado, una maldad", en referencia al 21% del IVA cultural.

Y a punto de salir a escena, Viyuela confiesa que su personaje ha evolucionado, que "el original ha ido cambiando su textura. Ya no es aquel ser ingenuo, sino una persona con un punto de amargura, cierta tristeza, una retranca y ese cinismo que dan los años".

Porque él también se ha transformado: "Pienso que el payaso es una extensión de uno mismo, que crece en el interior y que se modifica con el paso del tiempo. En la medida en que he ido perdiendo ingenuidad y ganando en escepticismo, al personaje le ha sucedido lo mismo".

De los bártulos con los que aparece sobre las tablas, Viyuela refiere que "la maleta está llena de preguntas y esas cuestiones también viven fuera. Yo prefiero no saber qué guarda, porque si bien realmente no contiene nada en su interior, todos nos preguntamos qué es lo que encierra".

Si la abriera y mostrara el vacío "rompería el misterio". Y destaca lo bonito que resulta que "el personaje llegue y se vaya con una maleta vacía", acaso una metáfora de que "todo lo que tiene es nada y a la vez significa todo para él".

Viyuela considera que "un payaso llora por los ojos de los otros y es feliz a través de la alegría del público; cuando el auditorio se siente mal, lo sufre". Pero, sobre todo, entiende que juega un importante papel social: "Servir de espita para aliviar la presión en la que vivimos y para que seamos capaces de mofarnos de nuestros límites y miserias". Se abre el telón.