Vive en Lezama. Dicen que cerca de los campos de entrenamientos del Athletic, aunque nadie sabe con certeza cuál es su casa. Eso sí, los más atrevidos añaden que es vecino de Fito Cabrales e Iñaki Antón, su leal compañero en Extremoduro. La vida de Roberto "Robe" Iniesta Ojea (1962) es un misterio, un enorme claroscuro que él ha sabido proteger con inteligencia; con unos mecanismos de defensa que otros han usado para criticar o elogiar el sentido uraño de un artista que fuera de los escenarios expone su vida a cuentagotas.

Casi todo lo que se sabe de Robe Iniesta lo ha confesado él. Nadie lo ha forzado para que enumerara las razones que le llevaron a salir de Plasencia (Extremadura) con unas cuantas canciones y probar fortuna en la gran metrópolis. Por aquel entonces aún no había acabado el bachillerato y le daba vueltas a la creación de su primer grupo (Dosis Letal). Amante confeso de los sonidos del Leño o AC/DC, el joven Iniesta estaba seguro de su valía como creador. Tanto confiaba en su talento que no se le ocurrió otra cosa que pedir por adelantado avales de 1.000 pesetas -a modo de papeletas- para cubrir la factura de la primera grabación. Luego, con el disco ya en sus manos, entregó un álbum a las personas que colaboraron en una iniciativa que, como todo en la vida de este personaje, viene envuelta en una ficción digna de la mejor versión de Robin Hood.

Transgresor como pocos. Esa idea de ser enigmático, ingobernable y salvaje ha acompañado a Robe Iniesta y a los suyos desde los orígenes de la banda que mañana, a partir de las 22:00 horas, cerrará su gira nacional ("Para todos los públicos") en la capital tinerfeña: al mediodía de ayer se anunció que la nueva ubicación del concierto será en la dársena pesquera, justo al lado del Instituto Oceanográfico.

No se asusten. Lo del cambio de ubicación -el concierto se iba a celebrar cerca del Auditorio de Tenerife- no tiene nada que ver con Robin Hood y el misterio que envolvía al Bosque de Sherwood. Más bien obedece a una cuestión de logística: la organización ha habilitado guaguas, de ida y vuelta, que saldrán desde el Auditorio.

Pero de vuelta al personaje en cuestión, pocos, muy pocos, son los que han logrado acercarse a Robe para llevarse como recompensa una entrevista que se cotizan como el oro en el oeste más violento. Y es que el vocalista de Extremoduro lleva una vida casi monacal -entregada a la familia, a la composición y a la literatura en sus dos versiones; como lector y como escritor- cuando está lejos de Lezama. En Bilbao no se le ve de compras -en una entrevista llegó a confesar que en un pasado, muy pasado, llegó a tener un puesto ambulante de chuches que aparcaba delante de un colegio-, ni sale de copas. Esa distancia que marca el cantante con su público es proporcional con la que abrió para estudiar -a través de un programa de la UNED- gramática y ortografía. Dos ingredientes que mezcla con un genio innato para moldear letras imposibles de olvidar: contundentes como el acero; suaves como el vuelo de una flecha en busca de una diana. ¡Robin Hood ha vuelto!