El olor a pegamento que impregna por momentos la calle hace casi imposible resistirse a mirar. Y un pequeño y simple cartel da la clave: Benito (con la ilustración de dos zapatos).

Así se llega, casi por casualidad, a la zapatería que Antonio Benito Quintero López abrió en 1983 en la calle Marqués de Celada, en San Benito. Un local que con el paso de los años se ha convertido en referente en la reparación de calzado en La Laguna y en el que todavía trabaja, con la misma ilusión del primer día, su fundador.

A sus 76 años, Benito -ahora acompañado de su hijo Óscar- cose, pega y clava con la habilidad de un maestro. Más de sesenta años de profesión lo avalan.

Y es que la historia de Benito, que él cuenta con detalle, no deja de ser el reflejo del esfuerzo y la dedicación. Las secuelas que le dejó la polio, que padeció con apenas 18 meses, marcaron su vida y su profesión.

Con quince años, y obligado un poco por las circunstancias y necesidades de la época, Benito se vio obligado a abandonar el instituto. Y entre su madre y una vecina tejieron parte de su futuro: le buscaron una profesión en la que podía trabajar sentado.

Con un primo de la segunda que era zapatero -el maestro Chano Armas- hizo sus primeros pinitos, en un taller de zapatos a medida que tenía en la misma calle en la que ahora trabaja él.

Esa aventura duró cuatro años, hasta que dio el salto a la zapatería de don Bruno, en la calle La Carrera, en el local que ahora ocupa la Óptica Rieu. Allí permaneció otros cuatro años, durante los que cobraba 15 pesetas a la semana. Los soldados que venían en ese entonces del acuartelamiento de Los Rodeos a limpiarse las botas eran algunos de los principales clientes, recuerda.

De la calle La Carrera dio el salto a Capitán Brotons, justo detrás del teatro Leal, donde un compañero que trabajaba con él en la zapatería de don Bruno -José Hernández- decidió abrir por su cuenta una nueva zapatería. "De allí salí casado, con 30 años", precisa Benito.

Y tras pasar unos cuantos años más en la trasera del ayuntamiento, en la calle Herradores, decidió embarcarse en su aventura en solitario. Y no se arrepiente. "Ahora tenemos los apuros de todos, pero nos ha ido bien", comenta.

En sesenta años, Benito reconoce que la profesión ha cambiado a la misma velocidad que los materiales y las herramientas. Antes se trabajaba, principalmente, con suela (cuero vacuno curtido) y con gomas de coche. Como ejemplo de esos cambios, Benito muestra una caja de "herraduras" que conserva en su taller, pequeños fragmentos de hierro que se ponían en la suela del zapato para que esta no se gastara.

Ahora todo es diferente. Por eso no duda en afirmar que "de hoy a ayer los zapatos solo se parecen en que se ponen en los pies". "Si los maestros que he tenido volviesen a vivir, tendrían que aprender otra profesión", añade este lagunero de San Benito, que recuerda con añoranza cómo ha evolucionado esta parte de La Laguna. "Antes la ciudad empezaba en La Concepción; esto era campo", precisa.

De esa época nace la que ha sido también su gran pasión: el canto. Benito Quintero forma parte del Orfeón de La Laguna desde el año 1956, sociedad a la que llegó de forma casual.

El que era director por ese entonces, Manuel Hernández Martín, lo descubrió mientras actuaba en la plaza de La Concepción con un grupito formado en el barrio para cantar por Navidad. Probaron su voz -bajo- y, a partir de ahí, no abandonó más la histórica y premiada formación musical lagunera.

Hasta hace cuatro años, que una operación le obligó a dejarla. "Voz y ganas tengo, pero el cuerpo no me deja", reconoce, no sin cierta tristeza.