En realidad, tal y como se ha puesto el panorama político nacional, nadie sabe por dónde ir. A siete meses de las elecciones municipales y autonómicas y a un año escaso de las legislativas ocurre esto. El PP confía, en esos plazos, en enderezar el rumbo del país. Pero sigue con la presión fiscal y con las mismas concesiones a los bancos que, de momento, no abren el crédito a las familias y lo que hacen es cobrarles comisiones desmedidas. Es normal, todo el Consejo de Ministros tiene puestos reservados en la banca y en las petroleras y en las eléctricas cuando dejen la política.

España ha caído a unos niveles de pesimismo desconocidos. Aunque la economía se ha reactivado algo, jamás había conocido España una crisis económica tan brutal como esta. Las fórmulas para que todo vuelva donde estaba no existen. Al menos nadie las dice, si las conoce. El Gobierno anda más preocupado en el desafío catalán que en aliviar de sus dolores a la ciudadanía, que sigue metida en un callejón sin salida, y no precisamente por su culpa. Es verdad que se producen parámetros alentadores (aumento de la venta de coches, por ejemplo), pero otros sectores, como el comercio, están boqueando.

Los que tenemos que hacer análisis de la actualidad nos las vemos y las deseamos para no repetirnos. Pero es imposible. Y en cuanto a la política canaria, ¿qué va a pasar en las Islas? ¿Quién va a gobernar a partir del año que viene? ¿Qué vicisitudes judiciales nos esperan de aquí a mayo, que parece que van a ser varias y sonadas? Porque aquí hay dos países, el normal y el judicial. El normal no se entera de nada y el judicial quiere meter en el talego a todo el mundo. Cada día, uno o dos escándalos. Cada día, uno o dos sustos. Cada día, los periódicos se nutren de toda la podredumbre del entorno. Y entonces lo único que sube es el pesimismo. Les confieso que cada vez es más difícil acertar con el tema de la columna, porque en España no hay actualidad: en este momento lo que subyace en el ambiente es un monotema llamado corrupción. Y ahí se acaba todo, ahí se estrella toda la actualidad. Y, la verdad, se hace bastante, pero que bastante, pesado contarlo. Porque, incluso, temo aburrirlos a ustedes.

Ya digo que a tan pocos meses de las consultas electorales el país nunca había estado tan desanimado y tan falto de incentivos para sobrevivir. Y este imperio de los jueces -que no necesariamente es el imperio de la ley- tampoco me gusta un pelo. Hay distintas varas de medir para los justiciables, lo cual no es justo, ni dice mucho del sistema judicial español. Echen un vistazo a los imputados y a las consecuencias que los rodean: no todos son iguales ante la ley. ¿Y entonces?