Con nombre de expresidente del Gobierno canario, pero "con mucho menos dinero", Román Rodríguez es un raro ejemplo del camino que suele tomar la gente de su edad.

Con apenas 28 años, este lagunero de la zona de la Atalaya posee una cabaña ganadera de 70 cabras y 50 ovejas que atiende a media jornada; la otra media transcurre en una conocida ferretería lagunera -Coliseum-, en la que trabaja desde hace casi ocho años.

Profundo amante de los animales -ha llegado a tener 112 cabras-, aspecto que heredó de su abuela, este joven cabrero comienza bien temprano su jornada laboral.

Desde las ocho de la mañana despacha tornillos, o lo que se tercie, en el establecimiento de la calle Candilas, una labor que desempeña hasta el mediodía. Después comienza su gran pasión: las cabras y las ovejas.

Aunque profesa un gran cariño por ambos animales, Román Rodríguez reconoce cierta preferencia por las primeras, a pesar de que son "más sinvergüenzas". Hace referencia al carácter, un tanto rebelde, de las cabras, frente a la mayor tranquilidad de las ovejas.

Si no todos los días, sí gran parte de ellos, suelta su ganado a pastar por la zona de la Atalaya, un recorrido que se suele alargar hasta las laderas de Tegueste. Y lo hace con un fiel ayudante, "Pastor", un ejemplar de lobo herreño de ocho años que lleva con firmeza el rebaño.

Y aunque el de Román es un trabajo duro, "que no tiene días de descanso", tanto él como su mujer Carolina lo afrontan con la mayor naturaleza del mundo. "Compensa y nos gusta", subraya.

"Si hay que ir a un tenderete, vamos. No nos privamos de nada, pero lo primero es atender a los animales", remarca Rodríguez. "Despacito y con cuidado, dijo el pastor en la fuente, primero bebe el ganado y después bebe la gente", recita Román, como ejemplo de una filosofía que corrobora su mujer.

Ella es la cabrera en la sombra. Mientras Román desempeña su labor en la ferretería, Carolina Hernández -de apenas 21 años-, se encarga del ordeño de los animales. Lo hace cada mañana, - "a mano", precisa-, durante, aproximadamente, una hora y media.

Por cierto, técnica, la del ordeño, que aprendió a fuerza de practicar. "No sabía ni ordeñar", confiesa esta también lagunera de El Ortigal, que conoció a Román en una romería de San Benito, en La Laguna, una de tantas a las que acude con su rebaño.

Junto a ella suele estar el pequeño Jesús Román, que con solo dos años se desenvuelve entre los animales como un adulto más. Lo mismo agarra una baifa por los cuernos que le tira de la oreja al perro. "Le encantan los animales", precisa su madre. No es de extrañar, pues, al igual que su padre, se ha criado entre ellos.

Eso sí, su progenitor espera que el pequeño Jesús Román no se encuentre con los problemas que ahora conoce su padre. Por ejemplo, Román se queja de que este año no le dieran la subvención que le correspondía por las cabezas de ganado que tenía. "Dicen que no tenía las suficientes, pero ahí están", afirma.

"Ya me da lo mismo. No sé quién se mama el dinero", dice resignado. "Y a mi hijo menos le van a dar", añade el joven cabrero lagunero, que echa de menos un gobierno más dictatorial - "un Franco", dice- para que mande el solo y "se acabe la música". "Tanto mamoneo y los pobres pasando hambre", lamenta.