Una frase como declaración de intenciones: "La historia de Santa Cruz no es solo la de los cañonazos de Nelson". Lo afirma Antonio Martín, profesor jubilado de dibujo, que empezó hace cinco años la aventura de escribir una novela sobre su infancia en una ciudadela del desaparecido barrio marinero de Los Llanos como "homenaje a las generaciones anteriores, sobre todo a mi abuela, y explicación de una forma de vida que ya no existe". El resultado son más de 400 páginas que su autor espera publicar en breve.

"Tenía unos apuntes y bocetos de la ciudadela -recuerda-, y de la gente que allí vivía. Sentía la asignatura pendiente con el barrio del que nos expulsaron entre los años 50 y 70 del siglo pasado". "He escrito -añade- a golpe de flashes de memoria y recuerdos para ahondar en mis raíces, pero uní a eso el trabajo de documentación".

En el Archivo Municipal, Antonio encontró "el único expediente completo de la ciudadela donde nací, firmado por el arquitecto Mariano Stanga en 1908".

Luego llegó la consulta a tratados de expertos como Luz Marina García o Ramón Pérez antes de lanzarse a contar una historia "ficticia pero basada en hechos reales". Detrás de la diáspora de Los Llanos y El Cabo "hay un tufillo a especulación, propia de una época de impunidad de los poderosos con un diseño previo. Al principio se reservaban parcelas para reubicarnos pero luego eso desapareció del planeamiento proyectado en 1951, aprobado en 1957 y desarrollado en el plan parcial de 1958".

Precisamente en 1958, durante las Fiestas de Mayo, se desarrolla la historia cuyo nombre evoca a esas lonas que suponían el principal calzado de las clases populares. La trama, combinación de novela negra e histórica, se desarrolla en "escenas de la vida cotidiana entre una abuela y su nieto, con saltos temporales al pasado y al futuro, y un planteamiento muy visual, casi de cine".

Hay un sentido de reparación moral de aquel niño que vivió "la miseria más absoluta pero aprendió lo que era justo e injusto".

Las trama, contada por dos narradores, el nieto y un orisha o dios afrocubano, mezcla santería (precursora de la sanidad al quitar el sol, el empacho y el buche virado) o la simbología del 8.

También es una novela de personajes. "El principal, mi abuela, apunta Antonio Martín, disfrazada, claro". El que más le gusta a su autor es "Feliciano, el cubano, clásico emigrante, el indiano. Existió y recuerdo verlo entrar por la ciudadela vestido de blanco".

Otro personaje es el propio barrio, marco de "una búsqueda de la justicia porque cuando no existe se tiende a la venganza ". Y aparecen otros escenarios de Santa Cruz como el hotel Mencey, recién inaugurado, el Casino o la calle El Sol.

"Lonitas negras" recrea un mundo especial en la ciudadela, una forma de vida en la que la solidaridad era un valor de unión frente a la amenaza del ataque exterior.