Los reencuentros con la Isla representan una necesidad vital. El regreso a los orígenes supone para el pintor Facundo Fierro rescatar ese universo de sensaciones que lo define como ser humano y que describe las claves de su trayectoria creativa.

Es entonces cuando se asoma a la mar, la luz lo acaricia y el acento le procura tranquilidad y sosiego. El artista ha asumido su condición de "canario transterrado" y en su exilio de Madrid ha aprendido a convivir con la nostalgia, los recuerdos, la ausencia, el silencio y el volcán...

De esas sensaciones brotó la raíz de "Sentir...", una exposición que en sí misma propone una manera de mirar, inaugurada ayer y que permanecerá hasta el 3 de diciembre en la biblioteca del Real Casino de Tenerife.

Para este viaje, Facundo Fierro ha cargado en su equipaje una selección de su obra (fundamentalmente acrílicos y técnica mixta) con la que recorre y describe sus momentos, el bagaje personal y creativo.

La génesis surge con la erupción volcánica submarina que sacudió El Hierro, momento en el que Fierro rememoró su época de la serie "Apuntes para la Atlántida", una vuelta "al simbolismo", al mito del origen, al continente perdido.

El pintor sentía "la impotencia de la lejanía", que se enfrentaba a su deseo de vivir un fenómeno que generaba "desesperación" en la Isla y que para el pintor "representaba la vida", el nacimiento, el instante donde la naturaleza "destruye para reconstruir". Como complemento a ese tema principal, otros cuadros transmiten "unos primeros flashes que acompañan" la conclusión. Y, finalmente, la figura de la sabina como símbolo de una naturaleza viva.

Al asomarse a un cuadro solitario desde el que la mar se pierde, el artista hace de este espacio un elemento consustancial al isleño, en la idea de "que nos dibuja y nos da forma", señala.

"Aquí represento la luz del mar, tal y como se percibe en las Islas, desde arriba, una forma muy distinta a la del continente, donde la costa ofrece una perspectiva plana".

Para lograr esa impresión, el pintor recurre a una técnica especial. Sobre el soporte, como un muro, aplica granos de mármol, "pese a la dificultad que supone combinar este material con el líquido" y consigue de esta manera el efecto "de una forma pétrea".

Entre los trazos de sus recuerdos aparecen imágenes figurativas; una de ellas representa a un grupo de pescadores en la faena de arrastrar un bote hasta tierra firme, y la otra retrata a un personaje que "en su rostro lleva impreso el paisaje de la Isla", descubre Fierro, que rememora el muelle del Puerto de la Cruz, la rudeza de la gente de la mar, facciones surcadas por huellas de salitre y espuma. Estas obras pertenecen a una serie en la que el artista "dibujaba y pintaba a la acuarela" muchos personajes que en sí mismos definían la esencia de la Isla, explica.

Un sentimiento como la añoranza lo asocia Fierro a la imagen de una ventana de guillotina, típica de las casas tradicionales canarias, con el característico banco para alongarse al exterior y que lo traslada al tiempo de sus abuelos. En el cuadro se cuela un torrente de luz, pero el autor propone asomarse y descubrir también lo que existe fuera.

Hasta Cabo Verde, un espacio próximo al Archipiélago, figura en la exposición, que se completa con dos bodegones donde las frutas representan para Fierro "la alegría de la vida", una alegoría de lo doméstico y lo interior, el espacio familiar que vive en el imaginario del autor.

Ahora le corresponde al espectador mirar para sentir.