Vivió el puerto de Santa Cruz el pasado viernes uno de sus días de esplendor. Cuatro cruceros atracados en el muelle Sur y uno más en el de Ribera le daban a la dársena de Anaga un aspecto propio de los años sesenta del pasado siglo, cuando la actividad era intensa debido al tráfico de trasatlánticos entre Europa y Sudamérica. Los buques turísticos eran el "Azamara Journey", "AIDAblu", "Mein Schiff3", "Thomson Majesty" y "Europa2", este último en primera escala, según informó en la página web la Autoridad Portuaria. En total llegaron ese día a la capital tinerfeña 8.500 cruceristas. Como es habitual en estos casos, el presidente de la Autoridad Portuaria acudió a bordo del "Europa2" para realizar el intercambio de metopas propio de las primeras escalas. Pedro Rodríguez Zaragoza también le entregó al capitán de este buque una botella de vino de malvasía con la intención de promocionar los productos de la tierra.

Sin embargo, mientras la Autoridad Portuaria y su presidente presumían de este éxito, los turistas que habían descendido de dichos barcos chapoteaban entre los charcos de unos muelles propios no ya del siglo pasado, sino del anterior. Aquellas escenas nos hicieron sentir vergüenza ajena. Ni siquiera la terminal marítima, reducida a su mínima expresión, tiene una cafetería en la que ofrecerle un tentempié a las personas que acuden cada día al lugar, ya sea como trabajadores, tripulantes, pasajeros interinsulares o turistas. Las comparaciones son odiosas, lo sabemos, pero qué envidia nos da la terminal de cruceros de Las Palmas. En Santa Cruz tanto el Ayuntamiento como el puerto aluden de vez en cuando a la terminal que está en construcción. ¿Cuándo la van a concluir? Y cuando la terminen, ¿qué sucederá con los turistas que desembarquen en el muelle Sur?

Rodríguez Zaragoza puede ser un buen consejero regional de Agricultura pero como máximo responsable de la Autoridad Portuaria ha demostrado que deja mucho que desear. Decíamos en nuestro editorial de ayer que los políticos no solo han de ser decentes -eso por supuesto- sino también eficaces. A Pedro Rodríguez Zaragoza le reconocemos su honestidad y hasta su capacidad de trabajo, pero no su idoneidad para el cargo que ocupa actualmente. Con la tasa de paro que padece la capital tinerfeña Santa Cruz no puede permitirse el lujo de dejar escapar una oportunidad. El que lleguen cruceristas es importante, pero lo es más aún atenderlos debidamente. Un puerto moderno, como lo es el de Las Palmas, no se limita a facilitar el atraque de buques y el trasiego de mercancías y pasajeros; también ha de prestar los servicios que requieren los barcos, así como sus tripulantes y viajeros. Algo que no se consigue únicamente intercambiando metopas y regalando botellas de vino a los capitanes porque por encima de estos están los armadores, y los empresarios navieros rara vez regresan a un puerto cuando han tomado la decisión de abandonarlo.

Anuncia también la Autoridad Portuaria que el puerto de Santa Cruz de Tenerife despedirá el mes de noviembre con la escala de catorce cruceros y un movimiento de 38.000 mil visitantes, 27.900 de ellos cruceristas y 10.060 tripulantes de las naves, durante la semana comprendida entre este lunes y el domingo día 30. De nuevo nos parece bien pero reiteramos que no es suficiente con que lleguen. Resulta imprescindible que encuentren condiciones adecuadas y no unos abandonados muelles de carga. Porque si no se actúa así, si no conseguimos que esos turistas encuentren unas condiciones agradables cuando saltan a tierra -el recinto portuario es lo primero que cruzan cuando arriban a la Isla-, poco o nada podemos esperar que compren en los comercios de la capital, tan necesitados de consumidores. Es decir, estaremos siempre en las condiciones que denunciaba el sábado en EL DÍA Begoña Alcántara, presidenta de la Asociación Comercial Soho de Santa Cruz, al lamentar que solo unas pocas vías de la ciudad poseen una actividad comercial aceptable: "La calle del Castillo es la autopista, El Pilar la carretera general y nosotros, el desierto. Aquí las actividades solo las hacemos nosotros. Es el centro, pero no lo parece. No basta con castillos hinchables y un día genérico, demasiado ambicioso y en zonas tan extensas". A veces no es tan importante el número de clientes potenciales como su disposición a comprar, y poco humor pueden tener quienes llegan a la zona comercial de Santa Cruz después de esquivar charcos de agua.