Que el Rayo Vallecano haya tenido que hacerse cargo de pagarle una pensión vitalicia a una anciana de 85 años, desahuciada de su casa el pasado viernes por avalar a uno de sus hijos, invita a considerar varias cosas. La primera de ellas es la actitud de los vástagos que utilizan las propiedades de sus padres, muchas veces una simple y humilde vivienda, para conseguir préstamos. No en Vallecas, que nos queda un tanto lejos, sino aquí mismo, en La Laguna, no hace mucho que se produjo una situación similar. En esta ocasión el destino del crédito avalado con la vivienda de la progenitora del que lo solicitó fue la compra de un coche. ¿Es que ya no hay tranvías ni guaguas de Titsa para ir de un lado a otro en un tiempo razonable? Porque por ahí hay que empezar. El señor del citado barrio madrileño que ha dejado a su madre en la cruda calle le pidió 40.000 euros a un prestamista para solventar su mala situación económica tras divorciarse de su mujer. Por ahí hay que continuar antes de salir a la calle a manifestarnos contra los bancos. Si no nos echamos al monte en plena noche, a lo mejor tenemos suerte y no nos come el lobo.

El segundo asunto que merece cierta consideración es la facilidad con la que campan los usureros por este país. No es la primera vez que se denuncian abusos sangrantes en los medios de comunicación, pero no sucede nada. Los políticos tienen su agenda demasiada llena con preocupaciones de suma importancia, tales como el encaje de Cataluña en España -como si Cataluña no fuese parte de España desde hace siglos-, o las políticas de igualdad, como si la discriminación de cualquier persona por cualquier motivo, incluido el ser mujer, no estuviese debidamente perseguido por las leyes ordinarias. Eso por lo que respecta a España en general. Particularmente en Canarias, la preocupación del Ejecutivo vernáculo, inducido al abismo por su presidente, es que un barco no haga un agujerito en el lecho marino para comprobar si hay petróleo. La gente que me encuentro cada mañana durmiendo en los portales o en los habitáculos de los cajeros automáticos puede seguir así.

Queda un tercer tema, por lo demás bastante recurrente, que también conviene tener presente: el desempleo. Esa es la causa de más del 90 por ciento de las miserias que padece este país. El paro y también, ¿por qué callarnos?, el no hacernos a la idea de que hubo una época de abundancia distinta a la que vivimos ahora. Un tiempo que se nos fue de las manos acaso para no volver jamás. No es que hasta el inicio de la crisis atásemos a los perros con longanizas, porque tampoco esto era Jauja, pero teníamos dinero en el bolsillo para gastar más de lo que podíamos. Tratar de mantener ese estatus recurriendo a pignoraciones de todo tipo -o poniéndonos directamente en manos de avaros que nos engañan endosándonos un dinero en condiciones que luego no son nada ventajosas- supone no ya un riesgo sino una auténtica locura. Sobre todo sabiendo que no siempre habrá un equipo de fútbol dispuesto a salvarnos.

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