La llegada al “Rowan Renaissance” impacta. Y no es un recurso para empezar el texto. Impresiona verdaderamente. Dos angoleños controlan el aterrizaje del helicóptero y señalan con la mano el camino que hay que seguir. Con gesto serio, impertérritos, vestidos con monos naranjas que recuerdan a los de Guantánamo. Hay otro con ropa amarilla que lleva una extraña careta como de soldador pero transparente. Nada más entrar al barco, está allí la doctora. Se debe cumplimentar un formulario médico en inglés de carácter confidencial. Desde ese momento, la palabra “seguridad” se empieza a repetir durante todo el día. ¿Treinta veces?, ¿cuarenta?, ¿más?

La visita para medios de comunicación la organiza Repsol y es evidente que quiere transmitir dos grandes ideas: que las medidas de prevención son máximas y que cuentan con un desarrollo tecnológico muy elevado. Cuatro horas después queda la sensación de que, efectivamente, es así. ¿Quiere decir lo anterior que la petrolera es la buena? Eso es terreno de expertos. Ahora bien, la perspectiva que deja el recorrido es que la seguridad a bordo casi que roza el paroxismo. ¿Será que fingieron por un día? No lo parece. Cada uno está a lo suyo, ultraconcentrado, como si tuviese interiorizado ese proceder. Solo se descubre un poco de distensión en el almuerzo y en la zona de taquillas.

Aunque desde el aire el “Rowan Renaissance” no resulta tan grande, una vez en él la opinión es otra. Es un coloso donde todo es a tamaño gigante, está impoluto y presenta una gran sofisticación. Habrá quien crea que el discurso de Repsol embriagó al visitante, pero la conclusión extraída, equivocada o no, es esa. Hasta lleva a la asociación de ideas y a imaginar un Cabo Cañaveral flotante. Uno de sus habitantes se llama Johnny Pérez. Nació en Venezuela y trabaja como supervisor de Seguridad de la compañía española. Tras recibir a los invitados, y durante media hora, no para de referirse a protocolos de prevención. Pérez es de los pocos que habla español en una tripulación de 194 personas –con solo cuatro mujeres– para cada relevo (trabajan 28 días seguidos y libran otros 28). Entre ellos hay casi una veintena de nacionalidades, si bien priman los estadounidenses y angoleños. ¿Y hay canarios? Unos 20 en cada reemplazo. Se puede decir que la mayoría de los operarios son tipos durotes, acerados, muy próximos al arquetipo que se tiene de los hombres de mar. Su contrato es con Rowan Companies, una empresa con sede en Texas que pone a disposición de Repsol el barco (de ahí su nombre) y todos sus servicios. Precio: un millón de dólares al día.

Mientras tanto, se oye de fondo un ruido metálico que recuerda a los misteriosos sonidos Hum. Son las tuberías de perforación rozando entre ellas. A estas las introduce una grúa y van bajando poco a poco ante la atenta mirada de dos profesionales que, desde una cabina, y a través de un montón de pantallas, están pendientes de posibles contingencias. De suceder algún imprevisto está la BOP (que, en este caso, no son las siglas de “Boletín Oficial de la Provincia”, sino de “Blow Out Preventer”). En palabras de José Pinto, un sistema “maravilloso” que sirve para evitar cualquier influjo que se produjese.

Pinto, medio portugués y medio español, es ingeniero de Perforación de Repsol. Su exposición recurre a ejemplos didácticos: el navío cuenta con el equivalente a tres piscinas olímpicas de capacidad de fuel (7.500 metros cúbicos) y su potencia equivale a 100 Ferraris de Fórmula Uno (65.000 caballos). Según explica, en los trabajos que se están realizando hay un riesgo “casi imposible”, y añade: “Lo que pasa es que la gente prácticamente se llega a imaginar que estamos moviendo petróleo de un lado para otro”. Ese es otro punto en el que inciden desde la compañía: no es lo mismo exploración que producción.

En concreto, el sondeo Sandía se sitúa a 54 kilómetros de Fuerteventura y a 62 de Lanzarote. Costará 200 millones de euros y, si sale bien, se continuará con el segundo: Chirimoya, que supondría otros 100 millones. Las posibilidades de encontrar hidrocarburos de calidad son altas en relación a la media internacional: un 18%. Sería en ese caso, si se hallase petróleo, precisan desde Repsol, cuando se produciría el beneficio laboral para los canarios. La fase en la que se encontraba el proyecto el pasado lunes era la de 1.400 metros perforados desde la superficie. En total, se prevé que la prospección dure 45 días. Aunque apostillan: “Nuestro objetivo no es el tiempo, sino la seguridad”.

El recorrido por la cubierta del buque se tiene que hacer con un equipamiento especial compuesto por mono, botas, gafas como de cerrajero, casco y guantes de cuero. Incluidos los periodistas. Poco a poco van apareciendo elementos de nombre imposible y procedimiento complejo. Uno de los más singulares es el RBO, un robot con brazos que puede bajar hasta 3.000 metros de profundidad. Este se suele utilizar para monitorear determinadas operaciones o, incluso, para realizar algunos trabajos. En las inmediaciones del habitáculo donde se controla el RBO hay varias grúas, de las que una es capaz de levantar desde los túneles de suministro 165.000 toneladas.

La vida más allá del trabajo dentro del “Rowan Renaissance” se desarrolla en diferentes estancias: los camarotes (a los que llaman “la ciudadela”), la sala de televisión, el gimnasio y hasta una sala de proyecciones. Johnny Pérez se refiere a ella como “el teatro”, y no es para menos, a juzgar por sus dimensiones y su medio centenar de butacas. Hay de todo, incluso en una de las estancias se descubre en una esquina una macroimpresora que ya quisieran para sí algunas imprentas.

Sin embargo, una de las áreas que más sorprende es el comedor, tipo buffet, con varias opciones de comida internacional. Sobre las mesas, al menos una decena de botes raros (mermeladas, siropes y otros añadidos). El desayuno es de 5:00 a 7:00 horas. De 11:00 a 13:00 es la comida principal. Y de 17:00 a 19:00, la cena para los del turno de día. Sus compañeros de noche “almuerzan” entre las 22:00 y las 24:00. Y como acompañamiento televisivo, BBC News o CNN. Un problema con la señal de televisión sustituía el lunes la ración de noticias por una de la saga “Matrix”. En inglés, por supuesto, que es el idioma oficial en el barco.

Los pasillos son laberínticos. A través de ellos los olores van cambiando, aunque, en general, huele a barco. La gente que transita por ellos también va variando según las zonas. Todos con el mono de rigor. Apunta el portugués José Pinto que el grado de compañerismo es muy alto. “Si ven a alguien que viene nuevo, no lo dejan solo”, mantiene. Sí reconoce que, en su caso personal, la Navidad es el peor momento ante la imposibilidad de estar con la familia, por más que a bordo se organice una cena especial.

En cuanto a otras características del “Rowan”, tiene 229 metros de eslora y 36 de manga. Tras ser botado en 2013, su primer destino fue Namibia, de donde pasó a Angola, con lo que las prospecciones en aguas próximas a las islas son su tercera misión. Si bien en este caso solo se quiere perforar hasta unos 3.000 metros, su capacidad es de hasta cuatro veces más. Para abastecerse tiene al “Troms Artemis”, situado a su lado y que ha adquirido cierta “popularidad” mediática, dado que es el otro navío que aparece en la acción de Greenpeace en la que una activista italiana resultó gravemente herida. Por la zona también está el barco de la Armada y el de los observadores de cetáceos.

Sobre la polémica suscitada con las prospecciones en Canarias, desde Repsol señalan que hay incluso estupefacción entre algunos tripulantes, que no se explican el porqué de esa reacción. Buen ejemplo de ello es el capitán. Se llama Mark Adrian Gardner. Habla del sistema de posicionamiento dinámico del “Rowan Renaissance”, que permite que esté sobre el mismo punto por ordenador, sin maniobras ni anclas ni similares; de la “triple redundancia” de los sistemas (por si alguno fallase), o de las pantallas desde las que se controla todo el buque. Cuando le preguntan si alguna vez había vivido algo similar a lo de Greenpeace se encoge de hombros medio extrañado. Y contesta: “No”.

Pedro Zurita: el lagunero de la compañía Repsol 􏰀􏰀􏰀

  • Pedro Zurita es de Tenerife. Lagunero. Estudió Náutica en la Universidad de La Laguna y ahora trabaja como supervisor de Seguridad y Medioambiente en tierra de la compañía española. Pese a ello, el lunes estaba por esa torre de Babel que es el “Rowan Renaissance” (en la foto, de espaldas). Tiene la experiencia en el sector de quien ha sido pieza integrante durante cuatro años de la plataforma de Repsol en Tarragona.
  • 􏰀􏰀􏰀Su discurso no difiere del de otros responsables de la compañía como Johnny Pérez o José Pinto. “Se invierte hasta en el último detalle para garantizar la seguridad y la preservación del ecosistema”, expone. A su juicio, el problema en el Archipiélago reside en que hay “desinformación” por parte de los ciudadanos. “Es una industria como cualquier otra”, defiende un profesional que dice no haber tenido ningún problema en tierra por su condición de canario y trabajador de Repsol.