Cuando los políticos llevan demasiado tiempo en las distintas administraciones sus ideas e iniciativas populares suelen carecer de cualquier tipo de atractivo para el ciudadano, surgiendo un aburrimiento generalizado que invita a la escapada del común hacia otras ciudades y pueblos con calles y plazas aún sugestivas. Claro que hay gente que se siente feliz con el escándalo al lado. Entonces, se sondea en busca de personas que puedan aportar algo nuevo y aparecen en el horizonte nombres que traen revulsivos que, a priori, pueden animar los festejos que vienen decayendo a través de los años. En esta ocasión se inventaron (en realidad copiaron del celebrado en Las Palmas de Gran Canaria) el Maratón Internacional de Santa Cruz de Tenerife, que resultó un éxito para los dos mil participantes... a costa de trastornar todo el tráfico. Los que, por una u otra razón, no tenemos formación atlética, decidimos salir de la ciudad desconociendo el formidable despliegue policial dispuesto, gracias al cual tuvimos que subir al barrio de La Salud desde la calle Suárez Guerra, invitándonos a admirar la desierta y costosa vía del Barranco de Santos (habrá que investigar el sobrecoste todavía ignorado) para, por fin, bajar la avenida de Venezuela y enfilar la salida del Chicharro. Mientras realizábamos las peripecias obligadas, tropezamos con una agente local que, antes de que dijéramos algo, nos espetó con autoritarismo: "No me pregunte nada. Continúe". Curiosa forma de informar al ciudadano.

Todos los gobiernos municipales han utilizado la avenida de Anaga, las plazas de España, del Príncipe y de La Candelaria, el Parque Marítimo, zona de La Noria, calles del centro... con una meta claramente definida: dedicar al común el estruendoso mundo de los decibelios que generan las actuaciones musicales (¿). Cada poco, los promotores que se llevan bien con el Ayuntamiento nos regalan una serie de actos caracterizados por el ruido. Después de la discutida obra realizada sobre lo que fue una bonita plaza de España y dejar en su lugar un enorme espacio vacío que Santa Cruz necesita y al que no acude casi nadie (antes la plaza era punto de encuentro de ciudadanos), lo cierto es que existe un desencanto entre aquellos chicharreros que no acaban de entender por qué se ha tenido que destrozar este entrañable rincón de la ciudad presidido por una charca sucia y un chorro que no funciona, y cuando lo hace provoca el cabreo de los taxistas de la zona al ver cómo se encharcan sus vehículos. Antes, Santa Cruz era ciudad marinera, es decir, lindaba con la mar a la que casi se podía tocar desde los barandales. Cuando estaba brava, esto es, con tiempo sur, las olas salpicaban la plaza de España y Correos, Hoy, gracias a los gobernantes que se han sucedido a sí mismos, contando con la inestimable ayuda de la graciosamente denominada Autoridad Portuaria (apoya la marina de San Andrés), nuestra capital limita con un montón de contenedores y una extensa plancha de hormigón que abarca todo el litoral comprendido entre El Palmétum y Las Teresitas. El alcalde Bermúdez, que comenzó su mandato con extraordinario ímpetu (playa de Valleseco y escollera de San Andrés), ha chocado con las terribles burocracias de Costas y Gobierno central que, con exquisitos afectos por Tenerife, son los principales versados en obstaculizar todo lo que influya positivamente en la ciudad y derruir lo que no molesta. Se puede aseverar que el interés que pueda despertar esta capital ha quedado reducido a los entornos de la avenida de Anaga y Ramblas. El primer edil peca de optimista al confiar en el Plan Especial del Puerto, recientemente firmado. Parece ignorar que el futuro económico y social de nuestro muelle desangelado pertenece a los burócratas ya citados, responsables de las decisiones que usurpan a los canarios. Y éstas son suficientemente conocidas por aquí.

Nuestro bienamado Ayuntamiento (¿derribará el mamotreto?) anda empecinado en promover jolgorios... mirando hacia La Laguna. Y se olvida de que la Ciudad de los Adelantados es ideal para pasear porque es cómoda y el tráfico no molesta, realidad que siempre habrá que agradecer a Elfidio Alonso, quien, cuando fue alcalde, tuvo la impagable visión de suprimir la circulación de vehículos por el centro de Aguere y dirigirla hacia la Vía de Ronda. Obra fundamental para la Ciudad Patrimonio de la Humanidad.