Hace tiempo que evito contradecir a alguien. Uno termina por acostumbrarse a comerse todos los sapos y culebras que le pongan delante con tal de no discutir. Por eso queda muy lejos de mi intención decirle a Paulino Rivero que se equivoca cuando augura que el pueblo canario se rebelará contra el abuso del Gobierno central -el Ejecutivo del Estado, según la terminología nacionalista- en el manido asunto de las prospecciones. Aun suponiendo que estemos ante un abuso, que no es el caso, son muchísimas más las injusticias y hasta los despotismos que asume la gente casi a diario sin el menor atisbo de rebeldía. Yo mismo podría escribir una lista de arbitrariedades que llegarían desde esta línea hasta el final del folio sin necesidad de remontarme demasiado tiempo atrás para completarla. A la hora de hablar de agresiones a los canarios -o a quien sea-, tanto individual como colectivamente, hay asuntos de más relevancia social que los sondeos. Si no se rebelan ninguna de las 362.000 personas que están en paro en estas Islas, un elevado número de ellas sin esperanza de encontrar trabajo, ¿va a hacerlo alguien por el mero hecho de que una multinacional española busque petróleo en estas aguas?

Lo peor que puede hacer cualquiera es engañarse a sí mismo. Es una actitud tonta en la que no suelen caer los políticos porque los políticos son bastante listos. Lo es, sin lugar a dudas, Paulino Rivero. Un hombre que no se resiste a dejar la política por la puerta pequeña, una vez rechazado por su propio partido. Antes de la votación que designaría el candidato dijo, al igual que lo hizo su oponente Fernando Clavijo, que al día siguiente de la elección todo el partido formaría una piña alrededor del designado. De cara a la galería puede que haya sido así, aunque ni siquiera eso. Internamente, parece evidente que la lucha ha continuado. Parece que todavía sueña Rivero con que alguna revuelta del siempre sinuoso camino de la política le permita volver a presentarse como candidato. Tiempo queda de sobra quizá para algunas sorpresas.

Apuntaba hace poco uno de los editoriales de EL DÍA que el presidente del Gobierno canario está perdiendo la oportunidad de actuar sin las ataduras de un político obligado en lo personal a buscar la reelección. Es cierto. Lo peor es que quienes pagan por un lado su actitud revanchista y por otro su postrer afán de notoriedad son los ciudadanos en general y, de forma concreta, los que pasan por una situación económica delicada porque en sus hogares hace meses que no entra un euro. Y son muchísimas las familias que están en esas condiciones. Si nadie se rebela por eso, ¿van a hacerlo por Repsol?, insisto en preguntar. Podría ser, pero lo dudo. En cuanto a una encuesta realizada sobre 2.700 personas elegidas entre una población de 2.100.000, mejor no hablar.

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