La noticia de que muchos profesores acuden a clase atemorizados ante la actitud de sus alumnos no es nueva. Antes eran los discentes quienes entraban en el aula aterrorizados por el mal genio de algunos enseñantes. Eso tampoco era bueno. La letra no entra ni con miedo ni con sangre. Pero tampoco con indisciplina. No es una situación admisible que un docente tenga que pensárselo dos veces antes de reprender a un niño o adolescente porque se expone a que un padre, y hasta una madre, se presenten en el colegio y le partan literalmente la cara. Extremo que se ha producido más de una vez.

Señala el último informe del Defensor del Pueblo que los profesores sufren cada vez más agresiones por parte de los alumnos o de sus progenitores. Las modificaciones legislativas introducidas para proteger a los profesores no parece que hayan surtido efecto. ¿Cuándo y por qué empezó el caos en las aulas?

Tenemos que remontarnos tres décadas atrás cuando algunos docentes innovadores tuvieron la infeliz idea de equiparar a profesores y alumnos en un mismo nivel de autoridad. El profesor se convirtió en el "profe" y el maestro en el "mae" con la misma facilidad estúpida y simplona que el fin de semana pasó a ser el "finde". Abreviaturas como esta última son esencialmente inocuas. No lo era, ni mucho menos, el hecho de que el profesor pasase a ser un colega más. Lo que se ganaba docentemente con ese acercamiento -la idea no era mala del todo-, se perdía con creces por el desvanecimiento de la figura de una autoridad -no es lo mismo autoritarismo que autoridad- imprescindible durante una etapa de la vida, la infancia y la adolescencia, en la cual los valores morales aún no están afianzados.

También en el ámbito familiar los padres perdieron su condición de tales para convertirse en amigos de sus vástagos. Vaya por delante que siempre ha habido casos de abusos por parte de los progenitores, pero han sido los menos numerosos. Lejos de perseguir a esos malos ascendientes, que era lo procedente, se legisló con dureza para todos. Consecuencia: un padre o una madre pueden enfrentarse poco menos que a una denuncia si castigan a uno de sus hijos a no salir de casa, a no ver la televisión y no poder hablar -ni chatear- con el teléfono móvil durante un par de semanas. Una llamada del pibe al número adecuado y ya tienen sus mayores un problema.

Peor aún es el caso antes citado de los padres que, frente a un castigo razonable impuesto por un profesor, se presentan en el colegio con actitud airada para pedirle cuentas al docente delante del reprendido. Huelga añadir que a partir de ese momento la autoridad del maestro no es cero sino mucho menos que cero.

Dicen los sindicatos de profesores que la culpa, una vez más, es de los recortes. Los recortes influyen, qué duda cabe, pero ya está bien de monsergas. Asumamos la realidad porque un problema bien planteado es un problema medio resuelto. Es el negar sistemáticamente la realidad lo que no conduce a nada.

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