La cercanía del cambio de calendario ofrece una coyuntura perfecta para considerar algunas cuestiones que se tornan más cercanas, pues el ser humano se encuentra sumergido en la temporalidad. Así ha sido puesto de manifiesto por muchos pensadores, especialmente hacia la mitad del siglo XX. El gran objetivo de la filosofía existencial se podría resumir como una meditación sobre el Ser y tiempo, como reza el título de la obra de . Entre estas cuestiones entrelazadas con lo temporal de la existencia humana, la prisa y el asombro juegan un papel importante en la vida de todos. Y acaso escapen a nuestra mirada, escondidas para nuestra meditación.

Uno de los grandes ensayos sobre la prisa proviene de la pluma de Manuel García Morente. En sus Ensayos sobre el progreso expuso que "la fatal prisa amenaza devorar los más altos bienes que el progreso ha puesto en nuestras manos". Y haríamos bien en no desoír las palabas de este filósofo español, decano de la Facultad de Filosofía de la Universidad Central, en los años previos a la Guerra Civil española, cuando Ortega y Gasset también dictaba sus clases, catedrático en esas mismas aulas.

Afirma García Morente: "En el veloz ritmo de nuestra trafagosa existencia, las relaciones de los hombres, unos con otros, son quizás más frecuentes y numerosas que nunca; pero también son excepcionalmente superficiales. Compañeros de taller y oficina, condiscípulos, allegados, encuéntranse y sepáranse como bolas de billar, sin entregar uno al otro el menor sentimiento, la menor confidencia, sin pedir ni dar consejo; y, sobre todo, sin abrigar esa confianza ingenua y sincera de la amistad". Estas palabras pueden servir de estímulo para sacudir la superficial alegría de compartir un turrón o llevar un gorrito en la compañía de una multitud anónima, y apuntar más alto: "En el fondo, el hombre moderno está más solo que nunca, en medio de la vorágine actual. Pero lo terrible es que no se da cuenta de esa su soledad; no puede darse cuenta de ella, justamente porque su vaporosa alma liviana es toda exterioridad y no tiene recámara íntima, adonde la voz suave del amigo pudiera llegar con su balsámico acento".

El poema "Vida nueva" de Miguel Dor''s aborda el fin del año. Además de castigar nuevamente a la superficialidad, favorece el asombro que toda vida necesita para penetrar en su misterio:

"1 de enero. El mirlo de mi barrio / amanece cantando la misma partitura / de todas las mañanas. / Y el tonto que hay en mí piensa: Infeliz; no sabe / que esta mañana es la del Año Nuevo".

(Calle arriba, con voz de piedra pómez, / Los Reyes De La Fiesta vuelven deslavazados, / todo -corbatas, pelos, serpentinas, / rímel y cucuruchos- fuera de sitio y mustio).

Y el listo que hay en mí piensa a su vez: / infeliz miguel d''ors: está pensando / que su mirlo no sabe / que esta mañana es algo extraordinario / -empieza un año nuevo-, y es él el que no entiende / el verdadero calendario; es él / el tonto que no sabe lo que sí sabe el mirlo: / que todas las mañanas / comienza un año nuevo / y cada día es algo de verdad extraordinario".

Rène Char, poeta francés fallecido en 1998, escribió: "Nuestra herencia no viene precedida por ningún testamento". A Hannah Arendt le gustaba citar esta sentencia. Quería expresar que hemos recibido auténticos tesoros de cultura, pero a cada uno de nosotros nos corresponde conocerlos y transformarlos en conductas éticas concretas. Y solo encontrando esas líneas maestras de la herencia, podremos recorrer el tiempo con una vida plena y mejorar el mundo para hacerlo más habitable. ¿Podrían asomarse entre las líneas de un periódico algunas de las joyas de estos tesoros? ¿Habrá quien las escoja, y quien se adorne con ellas?

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