No hay que ir mas allá de los linderos que marcan los que producen una determinada ideología; es inútil. Toda discusión o debate que se escape del escenario del liberalismo correrá el riesgo de terminar en la hoguera por inservible y peligroso.

Pudieran hasta tener razón, porque zafarse de ese pensamiento único resulta tarea difícil, pues impera solo una doctrina que es la que está autorizada por el Fondo Monetario Internacional y con la aquiescencia de los que permanecen en los organismos europeos, que desde sus mullidos sillones y sueldos de escándalo no tienen rubor alguno en seguir diciendo una y otra vez que ellos sí están muy bien y que el resto debe seguir por el mismo camino, o sea, apretándose el cinturón todo lo que dé de sí, hasta llegar a la asfixia si fuera necesario.

No quieren oír de sus escasos recursos intelectuales ni de su mínima responsabilidad para exigirse a sí mismos y a los que los rodean que pongan en práctica otras políticas y no la que les marca el mercado, del que son meros servidores impregnados de ese pensamiento genuflexo, romo e inconsecuente.

No quieren hablar de nacionalismos, de pueblos aprisionados por legajos viejos a los que quieren dar la prestancia de la novedad; les molesta que los territorios se muevan y pongan en ridículo la defensa que hacen de una historia falseada. Los nacionalismos les mortifican; lo minimizan y, cuando no, los someten a burlas y a contrargumentaciones falaces y chulescas.

Los contrastes ideológicos que han movido a la sociedad, como los nacionalismos (y con más fuerza que otros ), el marxismo occidental de Lukas o de Karls Korch, la filosofía política diseñada por Mandel o también, si se quiere, "La Náusea" de Sartre...: eso no sirve, son majaderías de niños chicos. Lo único. Lo imprescindible es su pensamiento, el que transmiten por todos aquellos canales que dominan y de los que viven.

Salvemos el pensamiento liberal, dicen, que es el que merece la pena, por el cual hay que dejarse la piel para que no pierda su vigencia, y luchemos, reiteran, en contra de los nacionalismos, de lo que compromete la vida de ciertos territorios que han sido anexionados por la violencia o por el maridaje.

Ese pensamiento encerrado sobre sí mismo, que no rompe el cerco de su propia incompetencia está dejando a la sociedad desarmada, perpleja, y lo peor es que cuando levanta la voz lo hace sin objetivos, sin mensajes concretos y guiados también por la inercia de lo que oye o ve, dejando su pensamiento a remolque de lo que los demás, dicen, harán por ellos, situando, de esa manera, a la sociedad en un espacio de "gandulitis" ideológica preocupante.