Benijos, en los altos de La Orotava, fue un barrio agrícola y ganadero que con el boom de la construcción vivió el éxodo de la huerta a la obra. La crisis se cebó con el bloque y Benijos vive desde hace años el regreso forzado de jóvenes y mayores a una agricultura de subsistencia o de apoyo puntual a las rentas familiares. El presidente de la Asociación de Vecinos Centro Hogar 78, José Luis García, reconoce que el paro es la mayor preocupación para un barrio que, tras vivir durante siglos en el subdesarrollo, ahora se siente bien tratado por las administraciones.

Atrás han quedado aquellos tiempos que denunció el sacerdote Víctor Rodríguez a mediados de los años 70 del siglo XX, cuando los altos de La Orotava eran una parcela del tercer mundo en Tenerife. Barrios con un 95% de partos en casa, un 90% de embarazadas sin atención médica, más de un 80% de analfabetismo, infraviviendas, trabajo infantil, fracaso escolar, explotación laboral, falta de higiene y malnutrición.

Ahora Benijos es un barrio que, según destaca José Luis García, "no está mal". Cuenta con una asociación de vecinos recién estrenada y activa, nueva parroquia, polideportivo, parque infantil, ludoteca, velatorio, unidad de trabajo social, consultorio médico, colegio, servicio de guaguas, quesería, cooperativa de papas, espacio para ferias y carreras de caballos, carreteras asfaltadas, caminos rurales en buen estado, una programación estable de cursos y talleres, dos equipos de fútbol sala...

Entre las principales necesidades, García subraya la mejora del asfaltado de la carretera de acceso al barrio, "que está bastante mal"; la instalación de más alumbrado público; la creación de aceras, "que prácticamente no existen"; más contenedores y, a largo plazo, un polideportivo cubierto. También hay mucho malestar en el barrio por el cambio en el sistema de guardias de las farmacias: "Ahora bajas a La Orotava a buscar una de guardia y muchas veces tienes que ir a Los Realejos. Es una crueldad".

Pero en el puesto número uno de los problemas del barrio siempre aparece el paro. "Muchas familias lo están pasando mal por no tener trabajo y eso les ha llevado a volver a la agricultura, sobre todo a la siembra de papas, pero eso tampoco da, porque las pagan a precios de miseria", lamenta.

La asociación de vecinos trata de ayudar a paliar esta situación con cursos formativos y una labor de apoyo a los servicios sociales, pero es insuficiente: "Falta trabajo y la juventud se pasa el día poniendo currículum".

"La gente está plantando más que nunca, pero tienen muy pocos beneficios. No podemos competir con papas que vienen de fuera y se venden a 7 u 8 euros el saco. Aún así hay gente que ha innovado y está plantando flores (próteas), puerros, zanahorias o coles, pero es muy difícil ganarse la vida con esto", lamenta este dirigente vecinal.

García, que también es agricultor y firme defensor de la papa bonita, considera que ese producto, las papas antiguas o de color, podrían ser una alternativa económica de futuro "si los políticos ponen interés en que podamos venderla en la península y en Europa, donde sabrían apreciarla como el manjar que es y la pagarían a 7 u 8 euros el kilo. Exportar las papas bonitas podría ser nuestra salvación".