En unos días cumplirá dos años al frente de la Dirección General de Cultura del Gobierno de Canarias, institución en la que se ha llegado a sentir un "apagafuegos", sofocanso unos conatos que mayoritariamente se propagaron por razones asociadas a la reducción de unas partidas presupuestarias que no está bien vista en el mundo de la creación, pero que, según él, era necesaria. "Mi entrada coincidió con una fase de reducción de las ayudas a la cultura por parte de la administración pública y mis primeros esfuerzos se concentraron en frenar esa sangría. Mi deber era transmitir a Hacienda que ya no había margen posible para continuar recortando y creo que ese objetivo se cumplió", dice Xerach Gutiérrez Ortega en la línea de salida de una entrevista en la que de una manera u otra acaban floreciendo aciertos y errores en la gestión de un sector muy sensible. "Seguimos pagando los pecados de 20 años de cultura gratuita", admite justo antes de precisar que "estaba claro que esos ajustes no nos permitían acometer unos proyectos que estaban conectados con las ayudas a la producción y, por lo tanto, hubo que crear un escenario distinto", precisa sobre un giro que trazó unas nuevas líneas de actuación alrededor de la democratización, un cambio de modelo y la tecnificación y formación de los profesionales ligados a la industria de la cultura.

¿En estos dos años ha tenido que ejercer muchas veces de "bombero"?

Fui un "apagafuegos" durante muchos meses, pero también es verdad que el sector estaba ofendido por una política de recortes y otras cuestiones que ellos entendían que no les beneficiaban... A veces no es fácil que puedan comprender mi posición, pero como primera medida intenté explicar el porqué de los ajustes económicos. El descenso fue brutal, pero una cosa es que yo entendiera que esas medidas eran necesarias y otra que las compartiera. Sobre todo, por el hecho de que la cultura es una de las cuatro patas que sostienen el estado de derecho. No creo que esté al mismo nivel de la educación, porque esa es un área en el que las necesidades son mucho más amplias, pero sí que debe de tener cierto peso en el desarrollo de una sociedad.

¿No será que una parte de ese sector se había acostumbrado a vivir una situación más "espléndida" o de protección por parte de la administración?

Yo podría compartir la idea de que la gestión pública no fuera excelente, pero no el hecho de que la cultura se beneficiara de la existencia de muchos recursos. A lo mejor no se distribuyeron al cien por cien de la forma más adecuada, pero a la cultura jamás le sobró dinero: Canarias nunca ha aportado el 2% de su presupuesto a las industrias creativas culturales. Es de sentido común que al menos el 2% de un presupuesto se tenga que destinar a la única parcela que es transmisora de valores para las generaciones futuras, más incluso que un modelo educativo, en el que prima lo formativo.

La pregunta anterior iba más en la línea de si no se ha tardado más de lo debido en activar los modelos de financiación privados porque lo público solía solucionar un "contratiempo".

Es cierto que el sector cultural ha tenido que aprender a sacudirse las pulgas para acomodarse a las reglas de otro modelo. Nosotros, por ejemplo, aportamos el 10% a aquellos proyectos que obtienen recursos estatales. Ese 10% y el 30% que pueda venir de la Península conforman el 40% de un presupuesto que te exige a la financiación privada. A lo mejor en el pasado se jugaba con el hecho de que un promotor utilizaba como excusa que si solo lograba el 60% de una financiación adecuaba su propuesta a esa situación para que no tuviera pérdidas, pero eso ya no pasa. Hoy en día eso no lo consentimos ni nosotros, ni el Estado, ni Europa... Si usted recorta, nosotros también recortamos.

Al sector privado también le está costando apostar por una actividad cultural, ¿no?

Digamos que hay marcas que se han retirado de una primera línea de financiación o directamente se han marchado porque antes sí les interesaba un mecenazgo dirigido a unir su imagen a un proyecto cultural y ahora se preocupan más en contabilizar la cantidad de producto que pueden vender en una promoción de este tipo. ¿Cómo se consigue convencer a una empresa de que una actividad que se está realizando en el Guimerá, por ejemplo, tendrá un carácter dinamizador para los negocios de la calle de la Noria?

¿Existe el riesgo de que la cultura popular se convierta en elitista porque solamente una minoría pueda acceder a ella?

Si lo que entendemos como cultura popular es aquella que no necesita ningún tipo de iniciación, sino que la entendemos tal y como nos viene dada, no creo que estemos en una situación de riesgo. El pop continúa siendo un género que está al alcance de toda la sociedad sin que haya que tener unos conocimientos musicales muy profundos, pero es que el hecho de que el lenguaje clásico sí que exija un punto de partida algo más especializado no significa que acudir a un concierto de estas características sea algo elitista. A mi juicio eso está más conectado con el hecho de cómo quiere invertir el tiempo que le dedica al ocio cada persona: unos preferirán apostar por algo que les proporcione un valor añadido, como puede ser leer un libro o acudir al teatro, y también habrá personas que gastarán ese tiempo libre en actividades que no tienen nada que ver con la cultura. Tampoco hay que ser demasiado catastrofistas. Sobre todo, porque en plena crisis se ha dado una explosión creativa que yo no había vivido con anterioridad.

¿Y no hay riesgo de que no se canalicen bien todas esas explosiones creativas para que no se pierdan en medio de esta crisis?

Eso irá en proporción directa a los recursos que sean necesarios para la promoción de un producto cultural. En el sector audiovisual, por ejemplo, se están escribiendo y desarrollando buenos guiones que pueden soportar una espera razonable, mientras que en el sector musical o literario los tiempos son más importantes y no queda más remedio que inventarse un "crowdfunding". Con esto quiero decir que hay soluciones posibles para sacar adelante cosas pequeñas, pero no si se buscan aventuras quiméricas. Hoy en día en Canarias es inviable un proyecto cultural que necesite dos millones de euros. Lo que sí hemos notado es que los creadores han comprendido que este es un escenario distinto que exige la aplicación de unas reglas en las que de una forma u otra acaba apareciendo la administración pública. Es un deber moral echarle una mano a los que recurren a su esfuerzo para fabricar cultura.

¿Tampoco ayuda el hecho de que exista una agenda cultura en la que se percibe cierta desconexión a la hora de programar?

Ese es un problema que está aún por resolver, pero nosotros no programamos sino que nos limitamos a promocionar los actos culturales a través de una agenda única gracias a un acuerdo que hemos firmado con casi todas las admistraciones públicas... Nosotros no tenemos ningún margen de maniobra para decir si un municipio tal y otro cual tienen que ponerse de acuerdo a la hora de programar un concierto. Lo recomendable es que dos zonas limítrofes no monten una obra de teatro el mismo día, a la misma hora y con el mismo argumento, pero lo cierto es que hay días en los que mirando un periódico te das cuenta de esto ha ocurrido. No es fácil coordinar las actividades que se generan en los 1.200 espacios de difusión cultural que existen en las Islas. Teniendo muy claro que esa no es una competencia de esta dirección general, la coordinación cultural debería ser una obligación administrativa a mejorar por el bien de un sector en el que se sigue improvisando.

¿En un escenario tan complicado parece que todos los "palos" se los acaba llevando el gestor cultural?

Al gestor cultural, aunque sea de refilón, siempre le va a llegar algún palo sea cual sea la decisión que toma, pero a diferencia de otros gestores nosotros amamos nuestro trabajo. Lo de por amor al arte sí que funciona en este caso. En los años ochenta sí que había un vacío en la gestión cultural porque más de un 80% de los municipios funcionaban si los consejos de este profesional. Por fortuna esa situación ha cambiado y es muy raro encontrar un área cultural en la que no exista una formación. Lo que no es coherente es hablar de la creación de público y no hacer ni una sola referencia a un periodo de tiempo que no es inmediato. Los técnicos deben ayudar a los políticos a levantar la mirada y pensar en largo plazo. Esta industria unas variantes que solo se pueden desarrollar con muchos años de antelación... Es probable que hoy estemos colocando los cimientos de algo que empezará a dar los primeros resultados en 2020.

¿Al final la crisis ha sido la que ha realizado una selección natural de lo que vale o no vale?

No sé si tanto como eso, porque es probable que hayamos perdido algo bueno por el camino pero sí que ha reordenado una industria que ya no depende solo de las subvenciones que recibe, sino que ha pasado de ser gratis a cobrar una entrada. Habría que buscar más opiniones para determinar si los festivales que siguen adelante eran los mejores o, en cambio, son los que mejor se han adaptado a un periodo de cambio que no es fácil de asumir porque, entre otras cosas, seguimos pagando los pecados de 20 años de cultura gratuita.

¿Transformar lo que antes se daba gratis en una opción de pago exige un cambio de mentalidad?

Ese es un déficit que no solo se ha generado en Canarias, sino en todo el territorio nacional y en algunas partes de Europa. No sé en base a qué norma la gente tiene que exigir que la cultura sea gratuita porque eso solo genera problemas. Un ayuntamiento quiere montar una fiestita y contrata la iluminación y el sonido, unas carpas, el pan para los bocadillos, un par de vigilantes para que mantengan el orden en la plaza y cuando se tiene que sentar con los músicos dice que se ha quedado sin presupuesto. Si no hay música no hay fiesto y eso, más o menos, hay que pagarlo antes de pensar en el relleno de los bocadillos. Esto, que puede parecer una paradora, se sigue dando aquí y en cualquier puedo de la geografía española porque todavía hay gestores que prefieren abonar el alquiler de unas sillas plegables y dejar a dos velas a los artistas. Hay gente a la que les cuesta entender que ser un músico profesional o un escritor es un trabajo.

¿También están los más críticos; los que no entienden que se realice un desembolso astronómico por una actividad cultural?

Nosotros hacemos muchos años que no nos salimos del tiesto porque no podemos... Nunca hemos hecho nada que no se ajustara a la realidad que estábamos viviendo.

¿La presencia de la Orquesta Sinfónica de Chicago en el Festival de Música de Canarias de 2014 recibió algún que otro reproche?

Pero esa actividad no era gratis... Ese es un discurso distinto que se podría montar a partir de esta pregunta: ¿Tienen derecho los canarios a acceder por un precio razonable a escuchar en directo a la Orquesta Sinfónica de Chicago? Yo creo que sí. Además, si mal no recuerdo una muy buena entrada costaba alrededor de 60 euros, que es lo que cuesta una localidad de un partido de fútbol. Esto es tan sencillo como hacer número y ver si hay posibilidades de asumir un reto que al final supuso una rentabilidad no solo económica sino sociocultural porque los músicos estuvieron ofreciendo conciertos en complejos sociosanitarios de las Islas y fue una experiencia única. Esa aventura se hizo con el dinero que había y curiosamente era algo menor que en los años anteriores. Ingresamos casi 600 mil euros en taquilla y el coste final resultó ser el mismo que si hubiéramos contratado a la de Londres. Tener a Riccardo Muti y a la Orquesta Sinfónica de Chicago fue un lujo que llegó tras ahorrar mucho. Sinceramente, creo que teníamos derecho a disfrutar de esa experiencia al menos una vez en la vida. Pero vuelvo al origen de esta respuesta. No era gratis. Nosotros queremos hacer accesible la cultura, sí, pero no de manera gratuita. A lo mejor hace 20 años era normal que esa misma orquesta viniera y no cobrar entrada por los conciertos, pero eso forma parte de una realidad que hoy no es posible.

¿Se han amansado las aguas que se agitaron con motivo del cambio de sede de la Sala de Arte Contemporáneo de Tenerife?

Por mi parte siempre han estado bastante mansas. Yo fui el primero que defendí que era bueno seguir en las instalaciones del centro porque allí se estaba realizando un gran trabajo y entendíamos que estábamos dentro de la ruta turística de los cruceristas y que el museo era un atractivo para la ciudad, pero en ningún caso tuvimos la intención de generar ninguna polémica. Nos hemos alejando del corazón de la ciudad porque aquella sala era de quien era y nos dijeron que no podíamos seguir allí. Esto no era una cuestión personal ni de ambiciones. Ahora toca defender su ubicación en La Granja.