Muchos periodistas de la gastronomía, como es mi caso, se esmeran en estar al tanto de los acontecimientos locales y foráneos, y, entre todo el cúmulo de informaciones de lo más variadas, podemos percatarnos de que la utilización del producto emblemático canario, en una cocina digamos de "empaque", brilla por su ausencia o es simplemente testimonial.

Es una ástima porque puede dar juego y sabores primigenios que nunca se obtienen con harinas al uso. Que recuerde, escasas son las experiencias culinarias que haya podido encontrarme, salvo casos de mousses-estándar o helados de gofio y algún frito rebozado con una fina capa tostada, tipo tempura, que recuerda lejanamente al producto de nuestras moliendas.

Por supuesto, el escaldón tiene mención aparte y no concuerda con el caso que nos ocupa.

Recuerdo que hace unos años ya, cuando en una campaña de potenciación, el profesor de cocina Rogelio Quintero preparó una extensa gama de platos basados en el gofio -no como complemento- y en esa ocasión me quedó patente que, bien interpretado, se pueden extraer potencialidades asombrosas de texturas y matices muy agradables.

Aprovecho hoy para animarles a que se atrevan con esta receta.

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Hágase con 200 gramos de gofio, 400 dl. de vino tinto, sal y pimienta; 250 gramos de queso palmero curado rallado, 200 gramos de azúcar y 100 gramos de almendra tostada triturada.

Para el ponche, dos yemas de huevo, 100 gramos de azúcar y 25 cl. de vino tinto.

Procedamos: montamos las yemas con el azúcar y el vino tinto hasta que quede una crema homogénea. Mezclamos el gofio con todos los ingredientes y lo amasamos. Una vez amasado, haremos pequeñas bolitas.

Para la presentación, recurrimos a una copita de cristal. En el fondo, una cucharada sopera del ponche y encima colocamos la bolita de gofio.

* Director de Mesa Abierta