El Tenerife está en un buen lío. No gana ni jugando mejor que su rival, ni llegando cien veces cerca del área, ni haciendo media docena de remates, ni limitando al adversario a una sola ocasión de gol en el área de Dani. Parece que no hay manera de cambiar una dinámica que a decir verdad empezó con el desatino en la elección de los fichajes en verano y ha generado un clima irrespirable en torno al equipo y a su entrenador. En contra del desencanto general, me atrevo a escribir que la derrota de ayer es injusta o muy injusta, que el Tenerife hizo media hora aceptable, que defendió bien todo el tiempo -el sexto clasificado remató una vez a portería- y que, incluso en las fases en las que jugó mal sus posesiones, hizo méritos de sobra para al menos marcar un gol. Pero cuando estás mal, lo que no depende tanto de ti también se pone en contra. El equipo tiene un flagrante problema de gol, es evidente, pero en el campo no está roto. Incluso llamó la atención el nivel de confianza que demostró con la pelota mirando de frente a un rival que, es obvio, tiene más calidad. La vuelta de Cervera a su modelo más productivo, con Aridane en la zona de ataque y Cristo Martín partiendo desde la izquierda, enriqueció las opciones para progresar con el balón. Cuando marcó la Ponferradina, en una jugada que pone en entredicho la elección de Albizua en el carril de Acorán, el Tenerife estaba dominando el partido en campo adversario y, aún con el mazazo del 0-1, siguió haciéndolo, no agachó la cabeza e insistió en su ataque, aunque con muy escasa profundidad. La razón es obvia: por la izquierda no hay fútbol y por la derecha los rivales "sobremarcan" a Suso. Además, los dos volantes tocan lento y son previsibles, no son de precisión y por eso no aceleran el juego. En esa dinámica, la defensa sobrecargaba a Suso en el costado, trajo como consecuencia la primera tarjeta amarilla a Pablo Infante, que solo cuatro minutos después (30'') vio la segunda. La nueva situación cambió la conducta de los dos equipos: la Ponferradina se replegó de manera intensiva (dos líneas de cuatro y Sobrino arriba) y el Tenerife metió a todo su equipo en la mitad de campo rival. Sin embargo, equivocó la manera de abrir las líneas bercianas, perdió la calma, volcó todo a la derecha y empezó a colgar balones sin rematadores en el área, con la única excepción del cabezazo que cazó Aridane y que, una vez superado el portero, fue repelido por la base del poste (33''). Ya solo por la ejecución merecía entrar. Si en el campo se manejó mal la superioridad numérica, Cervera tampoco acertó con los cambios. Al equipo le sobraba gente rígida en el inicio de la jugada y le faltaba amplitud y quitar a Albizua, que había perdido funciones. En lugar de meter más fútbol por dentro y más desborde por fuera, con jugadores como Rivero o Víctor, el técnico bajó el freno de mano solo hasta la mitad: puso a Ígor Arnáez, que no le dio calidad a los centros al área, y demoró hasta el 55'' la entrada de Ricardo, con tan mala suerte que solo cuatro minutos después, se torció lo que depende de decisiones ajenas. El árbitro compensó con una decisión que lo desacredita, echó a Moyano y volvió a provocar un cambio de decorado. Diez contra diez el partido se abrió más, la Ponferradina respiró, adelantó sus dos primeras líneas y se atrevió a buscar la contra. En esa dinámica pudo empatar Ifrán con su cabezazo en el 70'' y pudo sentenciar Sobrino, en una contra de tres contra uno en el 78''. Acababa de entrar Guarrotxena, que forzó tres o cuatro situaciones por la izquierda, algunas con disparos que lamieron el marco y otras a las que respondió Kepa, que también sacó a córner un buen disparo de Ifrán (89''), en el arreón final de un equipo que aguantó el chaparrón de la grada, con el público pidiendo dimisiones y la sensación de que ya no sabe cómo ganar un partido.