El PP ha salvado a España de la intervención económica y del desastre financiero en que dejó la Hacienda pública el último gobierno de Zapatero. Es cierto. A cambio se ha llevado por delante a millones de españoles de clase media que han caído en la pobreza después de una política fiscal de expolio en la que los han exprimido como a un limón. La caja pública española se ha salvado gracias al bolsillo de todos los contribuyentes españoles. De la misma forma que nuestra competitividad en las exportaciones ha aumentado gracias a la congelación de los salarios.

En ese contexto tal vez convenga administrar una victoria tan pírrica con un poco de templanza. O lo que es lo mismo, no decir la grandiosa estupidez que la ministra de Empleo soltó el pasado fin de semana: el PP ha cambiado la España roja del desempleo y el miedo por la azul del trabajo y la estabilidad.

Cierta clase política española padece una incultura enciclopédica sobre la triste historia del golpe de Estado del 36 y la guerra civil que ocasionó. Las bromas de rojos y azules se desdibujan sobre la memoria de millones de personas sacrificadas en una guerra fratricida. Salvaje como todas las exhibiciones de violencia. Terrible, porque pagó con ríos de sangre española los errores y miserias de una generación política. Hacer metáforas sobre una España de rojos y azules no sólo es un escupitajo sobre ese recuerdo, es demostrar que se tiene la sensibilidad de un alcornoque. Porque una de esas dos Españas nos ha helado siempre el corazón. Y porque lo que quiere buena parte de la gente es olvidar que cada vez que existen dos Españas, terminan enfrentándose irreversiblemente.

Por otra parte, no sé qué tipo de astigmatismo social padece la señora Báñez en su visión política para celebrar, zapateando graciosamente sobre cinco millones de parados, que este es un país de empleo y estabilidad. La economía ha detenido la destrucción de empleo y ha terminado el pasado año con casi medio millón de nuevos trabajos. Es discutible si eso se debe a la capacidad de supervivencia de los sectores productivos o a la reforma laboral de un Gobierno que prometió ser reformista y acabó siendo solo recaudatorio. En todo caso la recuperación del trabajo es un logro que se apuntará Rajoy, como le apuntaban también los nuevos parados. Pero el modelo de celebración, por ahora, tal vez sea el espartano silencio del presidente. Porque todavía hay demasiada gente tirada en la cuneta del paro, de la desesperación y la pobreza -esa España roja de la señora Báñez- como para que les estén tocando las narices con declaraciones triunfalistas. Aunque tengan más de triunfo que de listas.

La España desgarrada de los rojos y azules del 36 tardó medio siglo en cicatrizar las viejas heridas. Los hijos y nietos de los vencedores y vencidos reconstruyeron la verdad demoliendo la verdad oficial del régimen. Y extrajeron viejos demonios familiares de una España de curas y caciques. Y sobre todo ese vertedero de la historia crearon el milagro de una democracia parlamentaria, moderna y europea. A ningún político alemán se le ocurriría hacer hoy una comparación utilizando la memoria del holocausto judío. Para tener tan mal gusto hace falta ser muy tonto o muy español. O española.