Ayer, en el corazón de la España, en pleno centro del centro de Madrid, se pudo ver el músculo y el cerebro de la nueva fuerza política llamada a causar estragos en las próximas elecciones generales. Y ante quien quisiera escucharlo se desplegó una excelente exhibición de inteligencia, manipulación y populismo. La convocatoria fue una osadía. Una prueba de fuego, apenas superada con ciento cincuenta mil personas. Pero la hicieron.

Al acto de confianza de Podemos no le faltó absolutamente nada. La perfecta y austera simbología de un cambio revolucionario, donde la sencillez se enfrenta a lo ostentoso. Y un discurso arrebatado en donde se sacó a pasear hasta al fantasma del alcalde de Móstoles y al pueblo de Madrid como protagonista de la sublevación ante la invasión napoleónica. Un ejemplo perfecto de cómo se puede manosear la historia de una guerra civil llamada después de independencia, en donde las fuerzas del cambio, la modernidad y la revolución eran precisamente los franceses y las fuerzas reaccionarias, las sotanas y los caciques eran esos españoles que seguimos llevando en el ADN, según dijo con arrebatado patriotismo Pablo Iglesias.

El mundo al revés, pero qué más da. La verdad no importa cuando lo que importan son los sentimientos. Y si Podemos se puede definir de alguna manera es precisamente como el recipiente de un enorme sentimiento de rabia, de frustración y de vergüenza nacional. Así que se coge la historia, se simplifica como un cuento para niños, y se maneja como una bandera popular. Son las claves que siempre han funcionado en los grandes movimientos políticos desde que el mundo es mundo.

Se acabó la fiesta. Llegó el comandante y mandó a parar. La casta va a ser expulsada a patadas de sus privilegios. Los millonarios van a dejar de corretear felices por entre sus montones de dinero. La democracia a este país no la trajeron ni Suárez ni el Rey, la trajeron los ciudadanos que durante cuarenta años de feroz silencio, obediencia y resignación ante la dictadura hicieron posible -a saber cómo- el cambio político y la llegada de la libertad.

Así que ahora toca echar a la mafia de las instituciones a punta de papeleta electoral. Como en Grecia. Los grandes cambios son posibles y hay que echar al PP del Gobierno con una izquierda nueva que va a devorar los votos del socialismo y del comunismo en una única alternativa. Aunque el riesgo es que la izquierda quede rota en tres pedazos inútiles y la derecha se consolide para los restos. Pero ahora eso no importa. Porque el sueño está casi al alcance de la mano y los soñadores no negocian ni con la realidad ni con el miedo.

Lo peor es que, pese a todo, uno está visceralmente de acuerdo con lo que dice esta gente de Podemos. Hay una especie de casta. Y uno está harto de esos idiotas, esos necios que han transformado la política en un estercolero. Se merecen una patada en el culo. Sólo que se la darían en el nuestro, como siempre. Porque entre la campana y el cañón, aquí el triste concierto lo hemos pagado siempre los mismos.