El frío que hace este invierno no es normal, pero tampoco creo que sea el causante de las situaciones absurdas que se producen en este edificio. Aunque ya no sé qué pensar, porque el pasado miércoles Carmela le contó al del butano que cuando no logra calentar las manos es capaz de hacer cualquier cosa. "Lo que sea". Aquella afirmación se me quedó en la parte del cerebro donde se incrustan mis temores y esa noche soñé con Carmela a lo Freddy Kruger fregando la escalera. Por la mañana compartí mi angustia con Bernardo.

-¿Lo que estás diciendo es que el agua fría la puede trastornar? -me preguntó con los ojos más abiertos que el ojal de la chaqueta de un payaso.

-Es que la pobre se pasa todo el día con las manos dentro del cubo de agua y en este edificio ya sabes que sale bastante helada. Temo que le dé por hacer alguna tontería -le dije.

María Victoria, que desde la desaparición con final feliz de su caniche no saca a las perritas a la calle, sino que pasea a las dos por la escalera del edificio, no pudo evitar escucharnos y dijo que hacía días que encontraba a Carmela muy rara y que ella también temía que estuviera empezando a desquiciarse por culpa de los estragos del frío.

-Por favor, un poco de sensatez. ¿Y las personas que viven bajo cero? ¿Todas son asesinas en serie? ¿Eh? -preguntó Bernardo.

Por lo que pudiera pasar, María Victoria encerró a sus caniches en el piso y le pidió a su marido que, cuanto antes, consiguiera un arbolito para que las perritas pudieran hacer sus necesidades sin tener que salir de casa. Alberto compró un bonsái. "Suficiente para las dos", se justificó.

La amenaza de una transformación fatal de Carmela por culpa del frío corrió como la pólvora por todo el edificio y Brígida empezó a preocuparse.

-¿En qué se convertiría? -le preguntó a su hermana Úrsula, mientras recogían las sábanas de la azotea.

-Pero ¿tú también estás con eso? Qué manía les ha entrado a todos ahora. ¡No hay relación entre el frío y la locura! -le gritó como una descosida tiritando por la brisa helada que bajaba de Anaga.

Viendo la que se estaba montando por una estúpida pesadilla, empecé a sentirme culpable y traté de tranquilizar a los vecinos, pero la situación ya se había desbordado.

A Tito, el hijo de la Padilla, se le ocurrió la "brillante" idea de abrir una cuenta en Change.org y pedirnos la firma a todos para que el calentador surtiera de agua caliente al cuartito de la limpieza.

Tito -que estoy convencida de que no entiende ni siquiera el castellano- también le pasó la firma a Carmela y esta, al ver cómo todos nos habíamos movilizado para conseguir que sus manos tuvieran agua caliente, se emocionó. A la mujer le entró una llantina tan fuerte que María Victoria pensó que era el inicio de la fatal transformación y se encerró en el baño con las perritas y el bonsái. Allí, escondida, telefoneó a su marido y le pidió que volviera cuanto antes a casa.

Justo en medio de la llantina, doña Monsi entró en el portal, acompañada de Lupe, su inseparable amiga y peluquera, que venía abrazada a su marido, recién salido de la cárcel gracias a la condicional.

-¿Y a ti qué te pasa? -le preguntó con desprecio la presidenta a Carmela, que, nada más verla, se le tiró encima a besuquearla, creyendo que la iniciativa del agua caliente había sido suya.

Alertado, el marido de la peluquera se puso en posición de combate. En ese mismo instante Alberto, que entraba de la calle, se encontró con la escena, le hizo una cogida de tobillo combinada a Carmela, que remató con una pardelera y la dejó planchada en medio de la escalera.

-Ya está. He reducido a la fiera -dijo desmelenado por el esfuerzo y esperando el aplauso de todos.

-Tú estás tonto, ¿verdad? -le recriminó Úrsula.

Desde entonces, Carmela se pasa el día poniéndose hielo en el pómulo que se golpeó al caer. ¡Qué frío, por favor!

@IrmaCervino

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